martes, 25 de febrero de 2014

2º Epílogo: Una tarde con Alba

Era una tarde calurosa de principios de verano, de esas que por mucho que te pongas a la sombra, el calor te abrasa y hace que sudes como si estuvieses en un horno. 
Estaba de vacaciones, aprovechando que era última hora de la tarde para poner a punto mi querido Shelby. Casi habían pasado veinte años desde que estaba en mi poder. Seguía tan imponente como siempre, seguía siendo la envidia de los salones y concentraciones de históricos a los que asistía. Los trofeos que me hizo ganar flanqueaban las dos copas que había ganado en el Nordschleife, presidiendo la vitrina que estaba en el salón. 
Cuando entraba en el garaje, miré durante unos minutos el GT-R. No pude evitar dibujar una sonrisa de orgullo al verlo. Al acercarme a la puerta del conductor, dos pegatinas confirmaban mi reinado durante dos años en el "Infierno verde". Volví sobre mis pasos, y me dirigí a mi Shelby. Abrí los pines de sujección del capó, lo aseguré y comprobé los niveles de aceite y los otros líquidos, así como la batería. En el momento en que aparté la mirada del vano motor y la dirigí al fondo del garaje, tuve una especie de deja-vu: apoyada en el marco de la puerta, sonriendo, con su larga melena rubia estaba la mujer más importante de mi vida, mi hija Alba. Ella se acercó a mí, aún portando la mochila de playa sobre su hombro izquierdo, la posó cerca de una de las paredes y me dio un beso en la mejilla.
- ¡Hola papá! ¡Ya estoy aquí!
- Perfecto, ¿qué tal en la playa?
- Muy bien, aguantando a la pesada de Cris presumir de su coche nuevo y criticando que tu conserves ese coche azul viejo...
- Pasa de ella...
- Ya, bueno, nunca me dijiste que tiene de especial el Shelby para tí...
- Te lo contaré, pero antes acércame la llave de bujías que está en el cuadro a tu izquierda.
Ella salió en busca de la llave, volvió con ella sin dejar de sonreír.
- Mira Alba, cuando yo era pequeño, iba mucho a un viejo taller de mi barrio. Allí tenían un póster de un Shleby como éste. Pasé tantas horas admirando aquel póster que el mecánico decidió regalármelo. Los años pasaron, pero nunca olvidé aquel coche. Un día tuve que ir al desguace, ya ni recuerdo por qué, cuando vi este Shelby. Ese mismo día lo traje a casa y menuda broncaza me echó tu madre. 
- Jajaja, yo tampoco entiendo qué le ves al Shelby, los hay más bonitos en la nave de la empresa...
- Yo tampoco entiendo como una señorita de 18 añitos está súper enamorada de un coche que se lanzó antes de que ella naciese...
- ¡Eh! ¡No hables mal del Lamborghini Veneno!
- Juan, físicamente es igual que su madre, pero tiene el mismo carácter que tú...
Yo estaba de espaldas a la entrada del garaje, mi hija estaba apoyada sobre la aleta derecha del Shelby, ambos nos giramos hacia la entrada, origen de aquella voz femenina. 
- ¡Hola madrina! 
- Hola Alba, no te habíamos oído llegar.
- Ya me dí cuenta, vuestras discusiones siempre son así. ¡Albita! ¿No vienes a darme un beso? Encima que vengo a felicitarte por esa matrícula en selectividad...
Ella se acercó a su madrina, abrazándola con fuerza.
- ¡Cómo has crecido! Aún te recuerdo cuando eras un bebé. ¿Quién nos iba a decir que ibas a ser tan alta? Tienes unas piernas tan largas como un día sin pan...
Yo me eché a reír. La verdad es que Alba sénior tenía razón. Aquellos short vaqueros confirmaban lo ella había dicho, mi hija era una mujer realmente alta.
- Es cierto, su madre a su edad no era tan alta, bueno, no os quedéis ahí, entrad. ¿Alba, quieres tomar algo, una cerveza u otra cosa?
- Una cerveza está bien, si no es mucha molestia.
- Enana, acompaña a tu madrina al salón mientras voy a la cocina.
Ellas entraron al salón y tomaron asiento mientras yo rebuscaba en la cocina un abrelatas para abrir una lata de aceitunas. Tras una breve pelea, entré por la puerta del salón, coloqué las cervezas en la mesa y me senté junto ami hija.
- Le estaba contando aquí a la chiquilla de cuando fuimos al Nordschleife, la primera vez, cuando casi acabas a puñetazos con el suízo aquel del Porsche 4.0.
- Es cierto, ¿te acuerdas de cuando te adelanté en el salto?
- ¡Qué miedo! Tu padre me pasó tan cerca que casi me arranca el retrovisor. Porque de aquella no tenía el M3, que si no...
- Te gané con el GT-R al año siguiente y te recuerdo que cuando pagaste la ronda de pulpo en Mugardos yo llevaba el Shelby...
Alba sénior posó su cerveza en la mesa sonriendo. Acarició a su ahijada el pelo y me miró de manera melancólica.
- ¡Qué jóvenes éramos! Albita, ¿nunca te enseñamos las fotos del Nordschleife?
- No, creo que nunca las vi.
Yo me levanté en ese momento, fui hacia la estantería y cogí uno de los álbumes de fotos. Me senté de nuevo y ambas se acercaron a mí.
Al abrirlo, una de las primeras fotos que había era de nuestra llegada al Dorint, muchísimas fotos del Nordschleife, mi hija las miraba boquiabierta. El álbum seguía con otras fotos que nada tenían que ver con nuestra visita al circuito alemán.
- Papá, ¿esos coches son dos Agera R?
- Sí, a tu madrina y a mí nos los prestaron un día, ¡cómo corrían!
- Es cierto, ¿recuerdas cómo adelantamos a aquel camión? Cada uno por un lado, en plan peliculero...
Mi hija seguía ojeando el álbum, había fotos anteriores a nuestro viaje al Nordschleife en él, pero que había colocado después, supongo que para tenerlas recogidas en algún sitio y que no anduviesen disperas por ahí. Una de las fotos era de una fiesta.
- ¡Anda! -dijo mi hija-. ¡Qué jóvenes salís aquí! ¿Quién es esa chica?
Alba sénior se acercó a mirar, después me miró sonriendo.
- Esa chica era Laura. Pobrecita...
- Sí, pobre.
- ¿Pero quién era?
- Te acuerdas que siempre te conté que cuando eras un bebé una amiga de tu madre que se volvió loca intentó matarnos, pues esa loca mató a Laura por que intentó ayudarme.
- Ah, vale, es esa chica a la que llevas flores al cementerio, ¿no?
- Sí, la misma.
En ese momento se hizo un silencio, mi hija nos miró buscando una solución a aquel silencio, creo que comprendió jamás pude olvidar a Laura, todavía sigo culpándome de su muerte.
- Bueno Albita, ahora que aprobaste selectividad, ¿qué vas a estudiar?
- Quiero hacer ingeniería y diseño industrial. Me encantaría que al acabar pudiese hacer el curso de Istituto Europeo di Design en Turín...
- Eso tiene pinta de ser complicado...
- Ya madrina, pero quiero ser diseñadora de coches...
- Juan, ¿tú que opinas?
- Si es su sueño, adelante, la apoyaremos siempre.
- Seguro que serás la mejor.
- Eso espero.
Fue en ese momento cuando Rebeca entró en casa, ella aún tenía que ir a trabajar, nos saludó a todos e invitó a Alba a quedarse a cenar, invitación que ella había declinado.
Los días fueron pasando, hasta que llegó el momento de la publicación de las listas de admitidos en la Universidad. Acompañé mi hija a ver la listas, sus amigas ya habían llegado y la estaban esperando. Ellas entraron en aquel edificio cruzándose miradas nerviosas. Al cabo de un buen rato las vi aparecer por la puerta. Caras de satisfacción, de tristeza... pero Alba salía sonriente. Al verme, se echó a correr y me abrazó-
- ¡Lo conseguí! ¡Me han admitido!
- Enhorabuena, tendremos que llamar a mamá para darle la noticia.
- Sí, claro.
- Bueno, ahora voy a hacerte un pequeño regalo, siempre quisiste conducir el Shelby, toma las llaves. Vamos para casa.
Ella me miró emocionada, volvió a abrazarme y nos dirigimos hacia el coche. Cuando ella se sentó me contó los resultados de sus amigas. Encendió el coche, al oír su motor sonrió, le dio unos acelerones en vacío, luego metió primera y puso rumbo a la calle. Allí en un semáforo de doble carril estaba el coche de su amiga Cris. Alba se puso a la par, aceleró y miró a su amiga. Ella hizo un gesto despectivo que Alba contestó estirando su dedo corazón izquierdo y, aprovechando que el semáforo estaba en verde, arrancando con un bonito burnout. La miré, sonreía.
Aquella noche celebramos una fiesta, a la que asistieron nuestros amigos y los de mi hija. Empezaba para ella el verano anterior a la entrada de la Universidad, que suele ser de los mejores. Ahora tenía que disfrutar y relajarse.
Los meses de verano pasaron volando, tanto que un día nos vimos cargando cosas de mi hija y llevándolas a su colegio mayor. Su compañera de habitación era conocida, Cris, por lo menos mi pequeña Alba no se sentiría tan sola. Aunque discutían mucho, eran grandes amigas.
Durante el camino de vuelta a nuestra casa, ni Rebeca ni yo dijimos nada. Al llegar ambos cenamos en silencio. Antes de acostarme me detuve un rato ante la puerta de su habitación, la abrí, pero no entré. Me quedé en silencio viendo aquella escena. Rebeca se acercó por detrás, tocándome un hombro.
- Sólo lleva fuera unas horas y ya estamos echándola de menos... Ya es toda una mujer... 
- Sí, es ley de vida.
- Me dijo que dejó algo para tí encima de su cama. Bueno, me voy a acostar.
Antes de entrar le di un beso a Rebeca. Encima de la cama de mi hija, al lado del peluche que le regaló su madrina al nacer había un sobre.
Tomé aquel sobre y me apoyé en su escritorio, al abrirlo me encontré una foto en la que salíamos ella y yo hablando, al lado del Shelby, era reciente, debió haberla hecho Rebeca sin que yo me enterase. No pude evitar emocionarme, al girar la foto me encontré una pequeña nota suya:

Gracias por todo papá. Te quiero mucho.
Alba.


martes, 5 de marzo de 2013

Agradecimientos

Ha llegado el final de esta historia, inspirada en la de Carlos Ávalos, el chico del 911. 
Allá por el mes de noviembre, publicaba en clubvwgolf.com el primer capítulo de esta historia, "Un romance a primera vista", donde su protagonista se encontraba con el amor platónico de su vida, el coche de sus sueños que necesitaba una restauración. Era una historia de amor doble, la del hombre y su coche, la de un hombre y una mujer.
¿Quién no ha soñado con llevar un superdeportivo? ¿Conducir por el Nordschleife? Si te gustan los coches, eso es un sueño. Dudo mucho que pueda conducir un McLaren F1 o un Ferrari F40, pero en esta vida paralela que fue esta pequeña historia, lo he conseguido. No sé si tu has sentido conmigo cada caballo de vapor, cada aceleración, cada adelantamiento que el protagonista de esta historia sentía.
Pretendía hacer con esta historia una vida paralela que me permitiese escapar de la rutina. está basada en parte en mí, en parte ficticia. Rebeca representa esa novia/esposa fiel, amante, una mujer que lo daría todo por los demás sin esperar nada a cambio. Una mujer que hace sentir al hombre que está a su lado, la persona más especial del mundo.
El resto de personajes, están basados en amigos míos, la mayoría de las veces, sólo comparten con la realidad el nombre. Sólo hay uno que tenga una coincidencia prácticamente total entre la vida real y su vida en esta historia, ese personaje es el de Alba.
Alba, es una muy buena amiga mía, enamorada profundamente de los BMW. Cuando leyó los primeros capítulos de esta historia, me pidió salir en ella, y le dediqué el capítulo "La chica del BMW", fue cogiendo peso en la historia y como en la vida real, se convirtió en la mejor amiga de Juan. Es esa persona que siempre lleva la sonrisa por bandera, dispuesta a ayudar en todo momento, con toda la bondad y amabilidad del mundo. 
Aunque no es lo más habitual que un hombre y una mujer sean amigos íntimos, ella y yo lo somos. Sé que puedo contar con ella en todo momento, y ella sabe que siempre estaré dispuesto a ayudarla cuando lo necesite. Puedo asegurar, que la verdadera amistad no entiende ni de sexos, edades o política, pero hace que llegues a querer a esa persona como si fuese tu hermano. Gracias por todo Alba, de verdad.
A mucha más gente tengo que estar agradecido: mis compañeros de residencia (Samuel, Manuel, Óscar en especial), amigos (Iago, Thais, Abel, Eloy, Ricardo, Ana, Jose...) y a los foreros de clubvwgolf.com, donde salió la primera parte de esta historia, y donde ellos hicieron quinielas para saber quien era el malo de la historia.
También quiero agradecer todas las visitas recibidas en este blog, la mayoría de España, pero también de otros países como Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Brasil e incluso Kazajistán. Muchas gracias.
Para cualquier cosa, dejad un comentario por aquí. Saludos y muchas gracias, de veras.


Juan Díaz

Epílogo: Treinta años después

- Juan, apura, vamos a llegar tarde a la presentación de la niña.
- Que tiene ya treinta años, hace varios que dejó de serlo. 
- Bueno, para nosotros siempre será nuestra niña, no niegues que tienes ganas de verla...
- La verdad es que sí, hace mucho tiempo que no la veíamos.
Alguien llamó a la puerta de nuestra habitación, era Alba.
- Vaya Juan, aún conservas los gemelos que te regaló Koenigsegg, tienes la corbata un poco torcida hacia la izquierda. Espera que te la corrijo. ¿A qué hora teníamos que estar allí?
- En veinte minutos, ya estoy acabando. 
En ese momento, mientras me ponía la americana, recibí una llamada de teléfono. Era mi hija.
- Papá, están esperando por vosotros en recepción, he mandado un coche para que os fuese buscar. ¿Os ha gustado la habitación?
- Sí, este hotel es impresionante, dale la gracias a la empresa por la invitación.
- No hay de que. ¿Madrina está con vosotros?
- Sí, bueno cariño, nos vemos ahora.
- Hasta luego papá. Un beso.
Salimos del lujoso hotel "Intercontinental", a la salida, un hombre vestido de chófer nos estaba esperando al lado de un Audi A8 con matrícula italiana.
El frío de marzo en Ginebra era impresionante, la nieve hacía acto de presencia en cada esquina. El hombre se acercó a nosotros y nos habló.
- Buon giorno, mi chiamo Battista. La signorina Alba mi ha mandato a prenderti.
Nos abrió las puertas del Audi y subimos. Durante el trayecto, miraba por la ventanilla el paisaje, el Lago Léman con su Jet d'eau era el marco incomparable para pasar una temporada rodeado de todos los lujos. Nunca había estado antes en Suíza, pero me parecía un país encantador. Cuando llegamos a nuestro destino, Battista se bajó del Audi y nos repartió unos pases, se despidió amablemente de nosotros y se fue. Nosotros entramos, gracias a mi hija, ahora podría hacer realidad uno de mis sueños, ir al salón del automóvil de Ginebra. Empezamos a buscarla, y de pronto, entre la multitud, una mujer de larga melena rubia apareció ante nosotros. 
- ¡Hola! Ya estáis aquí, qué bien, venid conmigo, en media hora empezamos.
- Vale -dijo Rebeca- ¿Estás nerviosa, corazón?
- Un poquito.
- No te preocupes todo saldrá bien.
- Gracias papá, a ver si te gusta...
- Uy, seguro que sí -apuntó Alba sénior- él está más nervioso que tú, jaja.
- Gracias madrina, venid, os tengo reservados asientos en primera fila.
Ella nos llevó al sitio en cuestión, nos sentamos y ella empezó a atender a los periodistas. A todos les decía lo mismo, que esperasen a después de la presentación, que estaba segura de que el modelo conmemorativo del ochenta aniversario de la marca no defraudaría a nadie.
La espera fue larga, de pronto las luces se apagaron y un vídeo promocional haciendo repaso de ochenta años de historia empezó a proyectarse, tras eso, el director general de la empresa dijo unas palabras y tras introducir a mi hija, ella empezó a hablar en un fluido inglés. Mientras hablaba del modelo en cuestión, yo empecé a recordar los momentos que me brindó. Sus primeras palabras, sus primeros pasos, el día en que aprobó selectividad, cuando sacó el carnet de conducir... No fue una adolescente rebelde, pero sí atípica. De su madre heredó su belleza y su inteligencia, de su padre, el amor por los coches y un espíritu luchador que la empujaba a ser la mejor en todo, pero respetando a los demás. Entonces miré a Rebeca y a Alba, los tres estábamos emocionados, miré a mi hija, con aquel traje de falda y raya diplomática, era la viva estampa de su madre. Empecé a recordar el día que fue admitida para estudiar ingeniería, su madre no lo entendía, pero siempre la apoyó. Fue la número uno de su promoción, fruto de su inteligencia y tesón. Fue becada a estar un año trabajando de ayudante de Frank Stephenson Santos, diseñador jefe de McLaren, en Woking. Después, Lamborghini la contrató, empezó como ayudante, después como jefa de diseño de interiores y ahora, era la diseñadora jefe de la casa del toro. La prensa especializada la definía como la niña prodigio del diseño. Stephenson Santos dijo de ella que entraría en los anales del diseño, pudiendo eclipsar a diseñadores como Bertone o Pininfarina. Aún conservo los primeros bocetos que trazó, me los regaló y cuelgan enmarcados en mi despacho. 
Ella acabó el discurso, el coche estaba a su derecha, cubierto por una funda de terciopelo de color rojo pasión con el logo de la casa bordado. Ella cogió una parte de la funda y el director general de la firma, otra. Ambos la levantaron enérgicamente y dejaron al descubierto aquella máquina que rezumaba belleza e ingeniería a parte iguales. Se causó un profundo silencio entre los asistentes, sólo cortado por los flashes. De pronto, ella puso su mano sobre el coche y gritó: "La nuova Lamborghini è qui! Il suo nome è Perdigón".

Todos los asistentes nos levantamos y empezamos a aplaudir, pude ver como ella se emocionaba, era el primer coche que ella diseñaba. La verdad es que parecía un tiburón de fibra de carbono, sus trazos llevaban el ADN de la casa, agresividad y belleza plasmadas en carbono. 
- Juan, ¡menuda maravilla! -dijo Alba sénior-.
- Ya te digo, es precioso.
- ¿Nuestra niña ha hecho eso? -dijo Rebeca-, ¡es precioso!
Entonces mi Alba, siguió su discurso, las cifras eran de auténtico infarto, cuando nació mi hija, aquellas cifras serían las propias de una nave espacial de un videojuego. Hoy, los coches híbridos parecían haber arrinconado a los de toda la vida, aunque Lamborghini resistía con fuerza y seguía haciendo coches a la antigua usanza.
La presentación terminó, mi Alba se vio asediada por las preguntas de los periodistas, que respondió una a una con una sonrisa en los labios, al igual que lo haría su madre. Mientras tanto, me dediqué a observar con lupa aquel impresionante vehículo. Me emocionaba ver la chapita que delante de la ruedas traseras lucía la firma de mi hija con el consabido "Disegno di Alba Díaz". Ahora su nombre reemplazaría al de Marcello Gandini o Luc Donckerwolke como autora de los vehículos más impresionantes salidos de la factoría de Sant' Ágata Bolognese. Ella acabó de hablar con los periodistas y estaba hablando con su madre y su madrina.
- Mami, ¿te gusta?
- Es precioso hija, sabes que no entiendo de coches, pero me encanta.
- ¿Y a tí, madrina?
- Me encanta, ¡quiero probar uno!
- Hola papá, ¿te gusta el Perdigón?
- Es impresionante, me gusta que sigas con la tradición de ponerle el nombre de un toro famoso...
- Sí, Perdigón era un Miura, me alegro que te gustase -entonces empezó a sonreír-, tu crítica es para mí la más importante. 
- No podrías haberlo hecho mejor, sigue así. Dame un abrazo anda.
Ella se abrazó a mi, hacía meses que no podía verla, desde que vivía en Italia sólo nos veíamos en los meses de vacaciones.
- Están empezando a fabricarlos, las primeras diez unidades empezarán a entregarse en verano, me gustaría que vinieseis a la fábrica para verlas, os invito. La número uno se quedará en el museo, las otras las entregaremos a sus propietarios, y una la llevaremos al Paso del Stelvio, para que las pruebe la prensa. A ver si consigo que os dejen a vosotros probarla. Ah, madrina, ¿y Andrés como está?
- Bien, siente mucho no haber podido venir, trabajo, ya sabes, te manda un beso.
Decidimos irnos al hotel para comer. No podía sacar de la cabeza la imagen del Perdigón, era impresionante, jamás había visto una máquina tan fascinante. Al salir, Battista estaba esperándonos para llevarnos de vuelta al Hotel Intercontinetal. Allí comimos con mi hija. 
A la mañana siguiente, nos llevaron hacia el aeropuerto, Alba, mi hija, nos acompañaba. Se despidió de nosotros y volvió al salón, tenía compromisos de marca con los que cumplir. 
Los meses fueron pasando, y la prensa del automóvil española se dio eco del Perdigón y varias entrevistas con mi hija cubrieron páginas y páginas de revistas. 
Una tarde de mayo recibimos una llamada de mi pequeña Alba, la entrega de los primeros Perdigón iba a hacerse, así que nos invitaba como VIP's a ella. Aquella noche cenamos con Alba -la madrina- y Andrés. Desde su boda, se habían mudado a nuestra zona, vivían a unos cinco minutos a pie de nuestra casa. Alba sénior parecía encantada con la noticia de ir a la Lombardía para ver la fábrica de Lamborghini. Nos pusimos en contacto con ella y nos dijo que no nos preocupásemos por nada, ella nos reservaría vuelo y hotel.
Llegó el día, Rebeca, Alba y yo pusimos rumbo al aeropuerto, Andrés no pudo acompañarnos por motivos laborales. En el aeropuerto vimos un jet privado con las letras Automobili Lamborghini en el fuselaje, una azafata con un polo de la casa del toro se acercó a nosotros, nos habló con fuerte acento italiano:
- ¿Son los invitados de la signorina Alba?
- Sí.
- Por favor, acompáñenme.
Seguimos a la azafata hasta el avión, ella cogió nuestras maletas y las guardó. Nunca me habían mimado tanto en un vuelo como en aquel. Llegamos a Italia, allí volvía a esperarnos Battista y su Audi A8, nos saludó con la típica efusividad italiana y nos condujo hasta la fábrica. Allí, a sus puertas nos esperaba sonriendo mi hija. No pudo esperar más, y tras abrazarse a nosotros empezó a enseñarnos la fábrica. Con su eterna sonrisa empezó a saludar a todos los empleados que se encontraba, la saludaban con cariño y respeto, allí era conocida con "la signorina Alba" y ella conocía a todos los empleados. La visita acabó en su estudio, plagado de bocetos, a su lado, estaba un garage con una unidad camuflada de pruebas, un mecánico la llamó, Alba le dijo en italiano algo, y el mecánico se despidió sonriente y ordenando a otros algo de parte "la signorina Alba". Los mecánicos la trataban casi con reverencias. Llegó la hora de comer y nos llevó a un típico restaurante muy cercano. Allí también la conocían, iba a comer todos los días allí. La comida estaba realmente buena, gracias a la dueña, una señora de mi edad, descubrí que la pasta carbonara no lleva nata, al decirle que en España se la echábamos exclamó horrorizada un "Porca miseria, è un sacrilegio!". 
Después de la comida volvimos a la fábrica, vimos como la unidad número uno del Perdigón entraba en el museo, unos mecánicos lo empujaban enfundados en unos guantes. Era amarillo, el clásico "giallo" de la casa, las unidades dos y tres también lo eran, estaban a las puertas del museo, listas para ser entregadas. Entonces mi hija se acercó al Director General de Lamborghini, éste le entregó dos pequeñas cajas de madera y cuero acolchado, se acercó a nosotros y nos entregó una a mí y otra a su madrina.
- Esta es mi manera de daros las gracias por todo vuestro cariño y apoyo. El número tres es el tuyo, madrina el dos es vuestro -dijo mientras nos entregaba la caja-. Mañana los llevaremos al Paso del Stelvio, podréis conducirlos el tiempo que queráis, tendremos la carretera totalmente cerrada para nuestro uso y disfrute.
- Gracias Alba, no tenías por qué hacer esto...
- Sí que tenía, papá. Bueno, papá, madrina, mañana nos vemos en el Stelvio.
A la mañana siguiente partimos hacía lo más alto del Paso del Stelvio, mientras subíamos, no pude evitar acordarme de la escena inicial de la clásica "Un trabajo en Italia", aunque ahora sería yo el encargado de subir esa carretera con mi Lamborghini, que no era un Miura, pero al menos era mío. Mi hija me sacó de mi mundo interior tocándome un hombro.
- Papi, este coche hará que te olvides del Shelby...
- No lo creo, el Shelby lo volví a montar yo... por eso le tengo tanto cariño.
- Bueno, pues del F1 sí...
- Eso está claro, seguro que tu "Lambo" es una máquina perfecta.
Llegamos a la cima, nuestros toros estaban esperando a ser lidiados bajando las numerosas curvas del Paso del Stelvio. 
Me acerqué al coche y me subí. A mis cincuenta y ocho no puedo decir que estoy torpe, pero que no me exijan la agilidad de un chaval de veinte, por lo que me costó un poco subir. Alba hizo lo mismo en el suyo. Encendí mi Perdigón, sonaba muy poderoso, intimidante, pero no como lo hace mi Shelby. Alba -sénior- iba acompañada por su ahijada, puso su coche a mi par, bajó la ventanilla y empezó a hablar.
- Bueno, voy yo delante, nos vemos abajo.
- Muy bien, yo te sigo.
Alba aceleró poco a poco, yo iba detrás, me esperaban una sucesión de curvas montaña abajo y arriba. No me daba miedo, llevaba el mejor superdeportivo de la época, además lo había diseñado la mejor diseñadora del momento, mi hija Alba.




FIN

Capítulo 25: La justicia ha vencido

De repente estaba ante una puerta blanca. Estaba en una especie de pasillo, no podía ver lo que había detrás de mi, todo estaba a oscuras. Lo único que podía ver era aquella lujosa puerta de madera, lacada en blanco, con detalles en dorado. La abrí, y pude contemplar lo que se me antojaba una recepción de hotel, de uno de los buenos. Al frente había un mostrador, pero no había nadie atendiendo, a su derecha, unas escaleras y un ascensor. En las paredes izquierda y derecha había otras dos puertas. La de la derecha era exactamente igual que la que me había dado entrada a aquel vestíbulo.Tenía un cartel con letras doradas que ponía "Restaurante". La de la izquierda, tenía cristales, en ellos estaba grabada las palabras "Bar-Cafetería". A través del cristal veía gente, entré, sobre todo para preguntar dónde estaba. Era un bar muy lujoso, las mesas estaban decoradas con elegantes manteles y las paredes lucían un estilo Art-decó. Del techo colgaban varias lámparas de araña con finos cristales. Empecé a mirar entre la gente. A mi derecha, en una mesa estaban John Lennon, George Harrison, Jimi Hendrix, John Bonham y Keith Moon charlando tranquilamente. A su lado, el Marqués de Portago, Juan Manuel Fangio, Jim Clark, Jochen Rindt y Ayrton Senna hablaban, no sabía de qué, pero me lo supuse. Al fondo, en la barra, Bon Scott y James Hunt intentaban ligar con Marilyn Monroe, Audrey Hepburn y una impresionante chica rubia que lucía un vestido azul que se me hizo conocido. Justo a mi izquierda, había alguien conocido, sentado con Steve McQueen y Paul Newman, estaba mi tío Ricardo compartiendo unas copas de vino. Al verme se levantó, pero su gesto no fue de alegría, si no de tristeza.
- Hola, ¿no te alegras de verme? 
- Dadas las circunstancias, la verdad es que no. ¿Aún no sabes dónde estás?
- No, pero ahora me lo imagino...
- Sí, has muerto, eres aún demasiado joven para esto, esa zorra pudo contigo. ¿Has preguntado en recepción?
- No había nadie...
- Bueno, te presentaré a mis amigos, tu los conoces a ellos, pero ellos a tí no. Steve, Paul, venid, este es mi sobrino Juan, es un gran admirador vuestro, sobre todo de tí, Steve.
Ambos me estrecharon la mano, Steve iba vestido igual que en "Bullitt". Siempre pensé que McQueen y Newman se llevaban fatal, aunque compartían la afición por el motor, pero aquí se llevaban estupendamente.
- Juan, aquí hay alguien que siempre habla muy bien de tí, es una mujer, mira está allí, en la barra, seguro que le hace ilusión verte, ven conmigo.
Mi tío caminó hacia la barra, se abrió paso entre Bon Scott y James Hunt, le dio un toque en el hombro a la rubia del vestido azul.
- Laura, tienes visita, bueno, os dejo.
- ¡Juan! ¡Qué sorpresa! -de pronto empezó a llorar y posó su copa de Martini- No, no puede ser, al final te mató a ti también. No me gusta que pudiera volver a verte tan pronto... Vamos a recepción, tuvo que haber un error, ¿Maryilyn, nos acompañas?
Ambas dejaron los lujosos taburetes en los que estaban sentadas y me acompañaron a la salida. Me despedí de mi tío antes de salir, abrimos la puerta y vi como ahora el mostrador estaba atendido por una chica de larga melena morena. 
- Hola, puedes comprobar un nombre, a ver si es su turno.
- Claro, es el suyo ¿no? -dijo señalándome-.
- Sí, se llama Juan Díaz.
- Uhm... un momento. Según el ordenador, aún no debería estar aquí hasta dentro de muchísimo tiempo. Lo siento, el cielo tiene que esperar un poco más para usted...Si quiere puede despedirse de las amistades que tiene aquí, pero tendrá que abandonar este lugar tan pronto como pueda. 
Volví a llamar a mi tío, le dije que me iba, y entonces sonrió y se despidió con la mano. Encaré la puerta por la que había entrado, antes de abrirla, Laura se acercó a mi.
- Juan, te echaré mucho de menos, ya volveremos a vernos dentro de muchos, muchos años.
- Yo también te echo de menos, al fin pude vengarme de quien te trajo aquí...
- Deja de hablar de eso, ¿vale? Aquí estoy bien, nunca he sido tan feliz. Cuídate mucho.
Tras decir eso me abrazó, una lágrima mojó mi hombro, ella seguía sonriendo. Abrí la puerta y caminé por aquel oscuro pasillo.


- - -
Me desperté en una cama, a mi lado estaba una chica con un uniforme de enfermera, el dolor de mi hombro había desaparecido. Entonces, la enfermera salió corriendo por su izquierda, volvió rápidamente, ahora acompañada de un hombre.
- Perdón ¿dónde estoy?
- Está en el hospital, en el CHUAC, bueno, el que antes se llamaba Juan Canalejo. -dijo la enfermera-.
- Señor Díaz, ¿recuerda por qué está aquí?
- Sí, claro, me dispararon en el hombro izquierdo, una amiga de mi esposa que está loca intentó matarnos.
- Muy bien -dijo el médico-. Es lo mismo que ha dicho su esposa, enfermera, en principio descarte fallos neuronales, recuerda lo que hizo. Ahora mueva el brazo derecho, si es tan amable.
Lo hice, después me mandó mover las piernas, los pies, era capaz de mover todo mi cuerpo salvo el hombro y el brazo izquierdo.
- Disculpe doctor...
- Ramírez, Luís Ramírez, pero trátame de tu, que no soy mucho más mayor que tu.
- Vale, Luís, ¿crees que podré recuperar la movilidad del mi hombro y mi brazo izquierdos?
- Sí, verás, la bala te hizo un estropicio muscular, tardarás un tiempo en volver a estar al cien por cien. Has tenido mucha suerte, unos milímetros más y hubiese acabado en el pulmón. Bueno, tengo que salir a avisar a tu esposa de que ya estás consciente, te hemos tenido sedado unos días, este es el tercero que llevas aquí. Por desgracia, ella no puede entrar a hablar contigo, primero tiene que hacerlo la Policía, están investigando y bueno... los avisaré en un par de horas, veo que estás muy lúcido y puedes responder con claridad a sus preguntas, pero es mejor esperar un poco. Abriré la cortina para que pueda verte, así estará más tranquila. Hoy a la tarde podremos subirte a planta.
- Muy bien, antes de irse, ¿puede decirme que hora es?
- Claro, son las once de la mañana. Buenos días.
Entonces abrió la persiana, pude ver a Rebeca, estaba demacrada, con los ojos hinchados, con ojeras, al verme, puso su mano en los labios y luego la posó en el cristal, estaba muy emocionada. La saludé con mi mano derecha, no pude evitar emocionarme. Allí también estaba Iago. Su cara dejó paso de la preocupación a la alegría. Estuve unas horas sólo en aquel box, salvo la visita de alguna enfermera para preguntarme si necesitaba algo. Poco antes de la hora de la comida, Luís, el médico, entró en el box con dos agentes de la Policía. Les conté lo sucedido. Dijeron que estaba claro que actué en legítima defensa, pero ahora tendrían que llevar las pruebas al juzgado. 
Después de comer, me subieron a planta, allí me esperaba ya mi esposa. 
- Juan, ¿cómo estás? 
- Mejor, ya no me siento tan entumecido, de hecho voy a incorporarme un poco, aunque al hacerlo me duele el hombro.
- Ten cuidado, aunque el médico dijera que puedes caminar y todo eso, no hagas milagros.
- Tranquila...
En ese momento, alguien llamó a la habitación, era Alba, con mi hija en brazos.
- ¡Hola! ¡Mirad quien está aquí! Rebeca, vete a casa a descansar un rato, que me quedo yo aquí, llevas tres días sin dormir y casi sin comer, vas a ponerte enferma...
- No, tranquila...
- Hazle caso a Alba, tu tranquila además, tenía ganas de ver a la niña.
- Bueno, me voy un rato a casa, si pasa algo, llámame.
- Tranquila, que aquí nos quedamos nosotras con él.
Ella puso a mi hija en mi lado derecho, la niña buscó mi hombro para apoyar su cabeza en él.
- Bueno, ¿te encuentras mejor?
- Sí, estuvo aquí la Policía, habrá un juicio y todo eso.
- Bah, no pienses en eso, ahora tienes que recuperarte, que ella te necesita en plena forma. 
- ¿La niña? Claro, ¿has estado cuidando estos días de ella? Muchas gracias.
- De nada, lo hago encantada. Rebeca no quiso separarse del cristal en ningún momento. ¿Sabes una cosa? Hay nuevos habitantes en la nave cuatro, vas a flipar cuando los veas...
- Ah sí, ¿son actuales o clásicos?
- Bueno, uno es actual, es un Aston Martin DBS y el otro es tirando a clásico, pero es una sorpresa, cuando te recuperes del hombro tenemos que probarlos enseguida. Ah, por cierto, encendí estos días tanto el Shelby, como el GT-R y los de la nave cuatro. Con el Shelby di unas vueltas alrededor de tu barrio, ¡cómo suena! ¿No te importa que lo haya hecho, no?
- Todo lo contrario, te lo agradezco, ya me tarda ir por allí.
El sonido de alguien llamando a la puerta hizo que abandonásemos nuestra conversación. La persona que entraba en la habitación hizo que me estremeciese: Ricardo, mi amigo y novio de Carmen.
- Hola, tranquilos, no os asustéis. Hay cosas de Carmen y mías que desconocéis, para empezar, cuando hizo esta barbarie ya no estaba conmigo.
- Bueno -dijo Alba-, voy a la cafetería...
- Quédate, por favor, esa loca también intentó matarte a tí. Juan, dime que podrás recuperar la movilidad de tu brazo
- Sí, pero antes tengo que ir a rehabilitación.
- Me alegro, de veras. Bueno, la historia es la siguiente, Carmen y yo estábamos saliendo, pero empezó a volverse paranoica, dijo que iba a acabar contigo, que si accedió a salir conmigo fue para poder estar más en contacto con vosotros y así acabar con tu familia y amigos. Intentó hacerlo conmigo.
- Ricardo, tío, lo siento...
- No pasa nada, hiciste bien en acabar con ella, iba a hacerlo contigo a la mínima. Sé que ahora tienes un lío montado, que vais a juicio. Lo sé porque llamé a Rebeca, ella ya sabe todo esto...
- Tu no tienes la culpa de que Carmen estuviera loca, no pasa nada...
- Bueno, sólo quiero decirte que voy a llevar tu defensa, te lo debo, en conciencia. No te preocupes por nada, canta que actuaste en legítima defensa.
- Gracias, de verdad.
Unos días después me dieron el alta, al llegar a casa todos nuestros amigos estaban esperándonos. Empecé la rehabilitación, con buenos resultados, según los médicos mi hombro se recuperaba muy bien. Aunque mi hombro me limitaba un poco, después de unas tres semanas, ya volví a trabajar. Alba venía a buscarme y traerme del trabajo todos los días. El primer día, en el descanso me llevó hasta la nave cuatro. Allí estaba el DBS que ella decía, gris titanio, un coche realmente elegante, pero a su lado, entre él y el F1, un coche realmente bajo y ancho estaba tapado con una funda. Antes de eso, eché de menos el GTO.
- Alba, ¿qué fue del GTO? 
-Tu padre se lo cambió a un coleccionista que tenía dos cómo el de la funda. ¿No quieres verlo? Anda ya lo "desembalo" yo que no quiero que te lastimes...
Ella empezó a quitar la funda con muchísimo cuidado, aquellas líneas agresivas sin concesiones a la elegancia no me eran desconocidas, aquel color rojo... era inconfundible, un F40. Casi me desmayo al ver aquella joya. El GTO me gustaba más porque era más antiguo, pero al F40, tampoco le ponía pegas, era impresionante y mucho más efectivo y salvaje que su predecesor. No pude evitar la tentación de sentarme en él.

Era espartano, por no tener no tenía ni cenicero, mejor, que si no pesaría más. Alba se sentó a mi lado, abrió el bolso y me extendió una hoja de papel. Era una carta de mi padre.

Me hubiese gustado enseñarte esto en persona, pero no pude, estoy en Suecia, Christian está diseñando unos contenedores especiales para llevar sus coches y lo estoy ayudando. El Aston y el F40 son ya nuestros, cuando quieras conducirlos, ya sabes.

- Juan, recupérate ya, que esta bestia está deseando que la conduzcas.
- A ver, dijo el médico que en un par de semanas estaré perfecto, ojalá
Salí de la nave, con la esperanza de que pronto conduciría esa bestia.
En un período de un mes, me dieron el alta y me enfrenté al juicio por lo sucedido en mi casa. La sentencia fue clara, obré en legítima defensa, movido por un miedo insuperable, según el juez. A la salida del juzgado, me encontré con mis amigos y familia. Le estreché la mano a Ricardo, en señal de agradecimiento y me despedí de él mientras se subía en su C63 AMG Coupé.
Esa misma tarde llamé a Alba, quedamos para dar una vuelta con el F40. Era impresionante, me intimidaba sólo con verlo. Al arrancarlo, su sonido era atronador, mejor que el del GTO, aunque fui con sumo cuidado, su altura es mínima, no era plan de romper el spoiler delantero a las primeras de cambio. Gozar de cada adelantamiento sintiendo la patada de los dos turbos soplando a mi espalda era inmejorable, su sonido, era increíble. Era violento de reacciones, como uno de aquellos Fórmula uno turbo de los años ochenta. Me di cuenta de que mi hombro aún no estaba al cien por cien, necesitaba un poco más de trabajo para estar como siempre. Aquel coche, causaba admiración, a su lado el Shelby era discreto.
Lo dejamos en la nave, aparcado junto al F1, la estampa de ver aquellas bestias emparejadas era sencillamente espectacular.
Al regresar a casa, no pude evitar pensar en lo cerca que estuve de morir, pero bueno, eso era el pasado. 
Los días fueron pasando, mi hombro se recuperó, y mis ganas de conducir el Shelby, eran cada día más grandes. No lo hice antes para no forzar mi cuerpo. Un sábado a la tarde, apagué el móvil, le dije a Rebeca que me iba a dar un paseo en el Shelby y salí de casa. Salí al cementerio para visitar a Laura, allí estuve poco tiempo, pero necesitaba ir allí. Al salir, puse rumbo hacia Mugardos, a ritmo tranquilo, primero atravesando la ensenada de O Baño, para pasar por A Redonda hasta el castillo de A Palma, allí di vuelta y decidí subir hasta Montefaro, la mayor altura al sur de la ría de Ferrol. Pasé por delante del monasterio de Santa Catalina, subí hasta la verja donde está el repetidor de televisión, muy cerca de las viejas baterías antiaéreas abandonadas. Aparqué allí. Cerré el coche y me puse a contemplar el paisaje. La ría de Ferrol lucía más espectacular que nunca, el sol brillaba en un cielo despejado que dejaba divisar, hacia mi izquierda, la Torre de Hércules y un poco del paisaje de A Coruña, también llamada la "ciudad de cristal". A mi espalda la playa de Chanteiro, y también a mi izquierda, aunque a menor altura, la batería de costa de Punta do Segaño. Una suave brisa no conseguía aplacar el calor reinante aquella tarde. Allí, ante la inmensidad del Océano Atlántico, yo era un punto insignificante, un ser solitario enamorado de lo que para algunos es un trozo de metal. Me quedé mirando al Shelby, de frente, con las manos metidas en el bolsillo. Lo rodeé, me quedé mirando su parte trasera, aún recordaba el estado en el que lo había encontrado, paso de dar pena a dar gusto viéndolo. Tantas horas de trabajo y alguna discusión con Rebeca habían merecido la pena. Aunque mi mayor logro en esta vida era mi hija, el Shelby fue el mejor trabajo que había llevado a cabo. Mi coche, era simplemente único, creo que tenía alma. Nunca otro coche me había seducido tanto como él. 
De pronto el sonido de un motor me sacó de mis divagaciones, me giré y vi un coche conocido, un M3 negro.
- ¡Hola Juan! ¿Dando un paseo?
- Sí, ¿cómo me has encontrado?
- Fui de visita sorpresa a vuestra casa, Rebeca me dijo que saliste y me acerqué hasta aquí, ella me dijo que te gusta mucho este lugar. Entonces vi a un tío moreno con patillas y una camiseta de la gira "Epitaph" de Judas Priest al lado de un Shelby, no hay muchos por aquí sabes...
- Cierto, me conocéis demasiado...
Ella se quedó mirando mi coche, entonces empezó a hablar.
- Bueno, mi antiguo 325 era más rápido que el Shelby, ¿el M3, le ganaría?
- No lo creo...
- Sólo hay una manera de saberlo, de aquí al centro de Mugardos, el que pierda, paga una ronda de Ribeiro y pulpo, ¿vale?
- Perfecto.
Nos subimos a los coches, ella estaba a mi derecha, sacó su brazo por la ventanilla y empezó a gesticular una cuenta atrás. Por la radio empezaba a sonar una canción de Rainbow, "Kill the King".
Me daba igual quien ganaría la carrera, el futuro me parecía lejano, aquello sólo era una partida entre amigos, el resultado era lo de menos. Mi futuro, también, sólo sabía que a mi lado tenía buenos amigos, una familia que me quería y un coche realmente único, el Rey de la Carretera: mi Shelby GT500KR.

domingo, 3 de marzo de 2013

Capítulo 24: Sangre y lágrimas

- Hola Juan, has tardado demasiado en llegar...
- Carmen, relájate, ya estoy aquí, no tienes motivos para seguir apuntándome...-
- Las cosas no son así, y lo sabes, anda entra, estás en tu casa. -Dijo con cierto tono irónico mientras sonreía-.
Era Carmen, la mejor amiga de Rebeca, ahora lo entendía todo. Si había alguna persona que conociese nuestras rutinas y tuviese prácticamente un acceso total a nuestras vidas, era ella. Fue la amiga de confianza de Rebeca, pero ahora quería eliminarnos a todos. Sabía que iba a morir, pero no quería hacerlo sin saber que la motivó a hacer lo que estaba haciendo.
- Pon tu móvil sobre la mesa, no intentes nada raro o te ventilo el cerebro.
- Tranquila -dije mientras sacaba lentamente el teléfono del pantalón y lo ponía encima de la mesilla de noche de la habitación de mi hija-. Ahí está.
- Muy bien, buen chico...
En ese momento miré a Rebeca, estaba de pie, con la niña en sus brazos, estaba llorando. Carmen no dejaba de apuntarme a la cabeza, intentaba respirar con la mayor tranquilidad, pero mi corazón latía desbocado. Entonces, la niña empezó a llorar. Carmen, sin dejar de apuntarme, miró a Rebeca.
- ¡Maldita niña! ¡Haz que se calle!
- Carmen, yo... - Rebeca, empezó a llorar aún más fuerte-.
- Carmen, tranquila, al que querías eliminar era a mí, ya estoy aquí...
- ¡Cállate! ¡Tu tienes la culpa de todo! Pero no te preocupes, yo también sé tomarme la justicia por mi mano ¿sabes? No eres tan bueno como aparentas ser. Ni siquiera sé cómo puedes dormir tranquilo después de haber matado a mi padre...
- ¿Tu padre? ¡yo no he matado a nadie! 
Ella se enfureció, sus ojos parecían estar inyectados en sangre.
- ¡Serás cínico! ¿Acaso el nombre de Guillermo Méndez no dice nada para tí?
Ahora lo comprendía todo, Carmen también se apellidaba Méndez, su padre era mi antiguo jefe. No lo sabía. Aunque era la mejor amiga de Rebeca, yo no sabía nada de su vida privada, Rebeca tampoco. Carmen sólo hablaba de su trabajo y de su vida personal, jamás de su familia. Ella me culpaba de la muerte de su padre, yo no lo había matado. Volví a mirar su cara. Aquella mujer que siempre me pareció un ejemplo de belleza, ahora me miraba iracunda empuñando una pistola, dispuesta a acabar con mi vida y la de mi familia con el movimiento de uno de sus dedos. Su mirada era intimidante, pero sus ojos reflejaban síntomas de que aquella mujer había descendido a la más profunda de las locuras, lo mejor de todo sería intentar tranquilizarla.
- Carmen, sabes que yo no he matado a tu padre -mientras decía eso, intenté hacer un gesto con las manos que inspirase confianza, pero ella me interrumpió-.
- ¡Cállate! ¡Cállate!
- Sabes que no fui yo...
- Debí acabar contigo hace mucho tiempo, tu acabaste con mi padre...
- Entonces, ¿eras tú quien me amenazaba?
- Sí... Cuando despidieron a mi padre por tu culpa, él decidió vengarse de ti. Su vida era su trabajo, pero tu vida era Rebeca. Tú le quitaste a él lo que más quería, y él te lo quitaría a ti. Pero la zorra de tu mujercita sobrevivió a ese accidente, qué suerte tuviste, Rebeca. La adorable y guapa Rebeca - dijo mientras me obligaba a colocarme de manera que pudiese ver a mi esposa de frente- la más deseada, la chica que se enamoró y que luego pasó de la que decía era su mejor amiga, ¡hasta que se casó y fue madre! Después, ¡yo dejé de existir para tí!
- Carmen, ¡eso es mentira! -dijo sollozando Rebeca-.
- Ya hablaremos luego tu y yo, rubia de mierda, ahora estoy hablando con tu maridito... Debí dejar que te colgases en el garaje, si aquel día te salvé fue porque tu amiguita Alba quería salvarte...
- Entonces ¿para que viniste?
- Muy sencillo... para acabar contigo, cuánto más fácil hubiera sido si esa entrometida muriese quemada en aquel coche... Pero no, Súper Juan tuvo que salir al rescate... claro... es la madrina de su hija, ¿por que no me lo pediste a mí, eh? Y las acciones del superhéroe no acaban ahí, antes también metió en la cárcel a un presunto maltratador y a otro que entró a robar en su casa...
- ¡Tu contrataste al ex novio de Laura! ¿Has sido tu, verdad?
- Claro, fui yo -dijo riendo histérica-, pero ese inútil metió la pata hasta el fondo, fue el último golpe que pudo dar mi padre, a los pocos días se murió, corroído por las ganas de verte muerto. Y tú, aún sigues vivo, debió pasarte por encima cuando te tiró de la moto.
- Así que tu padre le pagó a Borja para matarme, ¿y que pintas en todo esto? 
- Sí, mi padre lo hizo. Borja nos llamó un día, dijo que lo habían metido en la cárcel y que necesitaba un abogado, papá ya había muerto, y esa putilla de Laura también, a esa la maté yo... Cuando se fugó de la cárcel, yo le pagué todas las armas que necesitaba. Él me regaló esta pistola.
- A Laura ¿por qué?
- Esa puta estaba loca. Dijo que mi padre la acosaba sexualmente. Cuando me enteré de que estaba ayudándote, fui a por ella. Tenías que oírla cómo gritaba tu nombre cuando la encañoné, no eres un buen amigo... ¿Dónde estaba el superhéroe para ayudar a la chica guapa en apuros? No estaba, ¡qué pena! Algo típico de Juan, utilizar a alguien, y cuando obtiene lo que necesita, se olvida de esa persona.
- Tu la mataste... ¡Estás loca! ¡LOCA!
- Ella merecía morir, y fue más valiente que tu. Cuando le disparé, se quedó sonriendo, despues.. ¡Pum! un segundo tiro a la cabeza y ya está. ¡Así de fácil! Ahora es tu turno.
- No eres más que una loca amargada...
- Sí, estoy loca sí, pero por culpa tuya, ahora me voy a curar ¿sabes? En el momento en que te mate, volveré a ponerme bien, pero aún quiero hacerte sufrir un poco más.
Entonces ella se separó de mí, y se dirigió hacia donde estaban Rebeca y la pequeña Alba, fue caminando con paso lento.
- No, no, eso no... -dijo Rebeca-.
La niña seguía llorando, aquello me estaba matando por dentro, el llanto de mi hija y no poder hacer nada para tranquilizarla, me hacía hervir la sangre. Carmen cogió a la niña en brazos, Rebeca intentó detenerla, pero la apuntó con la pistola, no fue capaz de frenarla y Carmen le propinó una patada a Rebeca que hizo que cayese al suelo. 
- Si de verdad quieres a tu niña, quédate ahí, si haces todo lo que te digo, no le pasará nada...
Carmen dejó a la niña en la cuna, la arropó y empezó a tararear la nana de Brahms, pero la niña era incapaz de dormir. Ella empezó a hablar.
- ¿Sabes que eres una ricura? Sí, sí que lo eres, eres igualita que tu mamá, así que de mayor vas a ser una puta igual que ella. Y ellos no estarán aquí para cuidarte, no, porque los voy a matar, bueno, para que tu no sufras, tu también morirás hoy.
Esas palabras hicieron que me enervase, entonces empecé a hablarle.
- Yo no maté a tu padre, pero me alegro de que haya muerto, espero que ese cabrón haya pasado a mejor vida entre los peores sufrimientos que me pueda imaginar, hasta la tortura más cruel me parece poco para un desgraciado como él. Sí, menudo incompetente, la empresa lo despidió porque era un inútil. Siempre presumiendo, que si mi Mercedes esto, que si mi enorme casa lo otro... pero era un inútil baboso. Tener que abusar de la pobre Laura, cerdo asqueroso. Tu padre, sabes lo que era: un cobarde de tomo y lomo.
Carmen se puso roja de ira, se acercó a mí y me dio una bofetada.
- Vamos, es que no eres lo suficientemente valiente como para acabar lo que has empezado. Vaya, eres una fracasada, igual que tu padre.
Ella se quedó mirándome, seguía roja, mucho. Sus ojos demostraban que estaba llena de ira.
Entonces, agarré la mano en la que llevaba la pistola e hice que ésta apuntase a mi frente.
- Juan, ¡no! -gritó Rebeca-.
- Venga, ahora me tienes a tiro, yo destruí a tu padre. Yo te destruí a tí. Vamos, hazlo. Si tienes lo que hay que tener, dispara, ellas son inocentes, el culpable soy yo. Venga, ¡mátame de una vez!
-No Juan, no. Eso sería muy fácil, y no me gusta. Quiero que sufras tanto como sufrió mi padre, si te matase ahora, todo se habría acabado para ti, demasiado rápido. Así que... mejor será que veas como mueren tu mujer y tu hija.
Ella se giró con rapidez, primero apuntó a la cuna, Rebeca empezó a chillar de pánico, entonces apuntó a Rebeca, y disparó. El tiro lo falló, ahora Rebeca estaba en el suelo, aterrada, antes de que volviese a disparar, agarré a Carmen desde atrás, intentaba sacarle la pistola, pero ella se movía demasiado. Entonces, se giró y me disparó en el hombro izquierdo. En mi vida, jamás había sentido tanto dolor. Caí herido en el suelo, veía como la sangre teñía el blanco de mi camisa, sentía una sensación dentro de mí como si un fuego me quemase por dentro. Tenía mucha sed. Carmen vio como Rebeca gritaba, entonces empezó a jugar al "pito-pito" moviendo la pistola de la cuna hacia Rebeca y viceversa. Mientras estaba en el suelo, me dí cuenta de que mi navaja estaba en el bolsillo derecho del pantalón. El brazo izquierdo no podía moverlo, pero el derecho sí. Me levanté haciendo de tripas, corazón. Avancé lentamente hacia Carmen. Rebeca dibujó una mueca que hizo que Carmen dejase aquel macabro juego, estaba ya lo suficientemente cerca de ella como para poder clavarle la navaja. Carmen, movida por el gesto inconsciente de Rebeca, se giró y en ese momento, clavé mi navaja en su corazón, la saqué, y volví a clavársela, esta vez en el abdomen. 
Su mano se abrió y la pistola cayó al suelo, por su boca, empezó a brotar sangre, se echó las manos a la herida, pero era inútil, empezó a tambalearse y cayó de espaldas. Rebeca se puso de pie, alejó el arma del alcance de Carmen dándole una patada, y parecía acercarse a mí.
Me tenía en pie a duras penas, jadeaba, la adrenalina que me hizo poner en pie y disfrazar mi dolor estaba ahora dejándole paso, y la herida ahora me dolía de una manera más profunda. Miré a Rebeca, que tenía el teléfono en la mano, llamando a emergencias, y no pude más, llegó el colapso, caí.
Estaba en el suelo, mientras mi esposa explicaba lo ocurrido a Emergencias, con una mano trataba de taponar mi herida. Colgó y puso sus dos manos en ella, mientras tanto, nuestra hija no dejaba de llorar desconsolada, seguramente ya era consciente de que a su padre no le quedaba mucho tiempo de vida, estaba perdiendo mucha sangre.
- Juan, vas ponerte bien, ya lo verás cariño, la ambulancia está en camino -me dejo angustiada-.
- Pro... prométeme que vas a cuidar de la niña...
- No digas eso, te quiero, vienen ahora, aguanta un poco...
- Cuida de ella, no la veré crecer... os qui..quiero...
Entonces lo último que vi fue como mi sangre iba tiñendo el amarillo del oro de su alianza, sus gritos diciendo mi nombre y el llanto de mi hija, cada vez sonaban más y más lejanos, y una intensa sensación de desorientación y sueño se iban adueñando de mí. Lo último que noté, antes de que el telón se cerrase, fue la caída de una lágrima de mi esposa sobre mi mejilla.

Continuará...

miércoles, 27 de febrero de 2013

Capítulo 23: Llegó la hora

Cuando Rebeca se despertó, lo hizo sonriendo, como de costumbre. Ella me miró, quería darme un beso, pero al ver mi cara, frenó en seco.
- ¿Qué te pasa? Algo va mal... ¿Has dormido?
- No le des importancia, no pasa nada.
- ¡Dime que te pasa!
- Vale, ¿sabes que mi antiguo jefe ha muerto hace seis meses?
- ¡Qué! ¿En... entonces quién nos ha estado amenazando?
- No lo sé, sinceramente no lo sé...
- Tranquilo, ya verás como no vuelve a pasar nada...
Miré a sus ojos mientras hablaba, aunque quería aparentar tranquilidad, ella estaba más nerviosa y preocupada que yo. Era desconcertante, ahora tenía pánico, no conocía la cara de quien me amenazaba, no sabía si era hombre, mujer... hasta llegué a sospechar de Alba, pero ella no podía ser.
Me duché y salí al trabajo, llegué sin ganas, antes de tiempo, de hecho, cuando aparqué el GT-R, no había otro coche aparcado alrededor. Al entrar en el despacho, Carlota aún no había llegado, me puse a mirar a mirar por la ventana. Al cabo de unos minutos, sentí unos tacones acercarse a mi puerta, era Carlota. La saludé y seguí observando por la ventana. Veía salir los camiones de la empresa, llegar a algunos trabajadores y vi como Alba aparcaba su M3 al par de mi GT-R y antes de entrar en el edificio, limpiaba con un pañuelo de papel alguna mancha o mota de polvo que tenía uno de los faros delanteros. 
Mi mañana fue muy monótona, a la hora del descanso, Alba me llamó, para dar una ronda habitual por la nave cuatro y por la siete. Al llegar, la excitación que sentía por el McLaren y por el GTO había desaparecido, tenía las manos en los bolsillos, mirando al F1 de frente, pero aquel cosquilleo en el estómago que sentía viendo al F1, había desaparecido. Esa sensación de nerviosismo como cuando la chica más guapa del instituto venía a hablarme, no existía. Estaba nervioso, no podía dejar de pensar en quien me estaba amenazando. 
- Juan, ¿estás bien? -dijo Alba, sacándome de mis pensamientos-.
- ¿eh? Sí, sí...
- No me mientas, ¿qué te pasa?
- Vale, la persona que creía que me estaba amenazando, y que intentó eliminarte está muerto. Pensé que era el ex de Laura, al que arrolló un mercancías, pero no era él. Pensé también que era mi antiguo jefe, pero está enterrado desde hace seis meses.
- ¿Tu antiguo jefe? ¿Por qué?
- Era el anterior director de Asesoría Jurídica de la empresa en la que estábamos antes, lo despidieron y yo heredé su puesto, no se lo tomó nada bien. Era un incompetente, siempre se lo reproché, pero nunca hablé mal de él a la dirección. Seguro que era él. El muy enfermo quería matarme a mí, a Rebeca, a mi hija y después lo intentaron contigo. ¡Dios! Lo odio, menos mal que está muerto, si no lo mataría yo. Mató a Laura, la acosaba, abusó de ella todo lo que quiso. Espero que arda en el Infierno. ¡Cabrón de mierda!
- Tranquilo Juan. Seguro que el que te amenaza últimamente sea algún pirado con mucho tiempo libre y que te tiene envidia. -Ella intentaba aparentar tranquilidad, pero se notaba que estaba incómoda-. Tengo una idea, esta tarde venimos aquí, yo pillo el Scuderia, si me lo dejas, y tu el GTO, nos vamos a dar vueltas con ellos. Ya verás como así te relajas.
- Gracias, pero no me atrevo a llevarlo, me parece demasiado...
- Bah, ¿fuiste el más rápido en el Nordschleife y ahora no te atreves con el GTO? Qué desilusión... Bueno, esta noche vamos a cenar a vuestra casa, llegaremos sobre las nueve y media, ¿os va bien?
- Sí, claro que sí. 
- Bueno, pues a las cinco voy a buscarte y nos damos unas vueltas con los "cavallini". 
- Perfecto, traeré los guantes, para domarlo. Alba, gracias por animarme.
- De nada hombre. 
Tras decir eso sonrió. La idea de ponerme a los mandos de uno de los deportivos más radicales de los años ochenta, con permiso del F40, era muy excitante. Tenía entendido que era un coche muy exigente, que no perdonaba un error al piloto. Una bestia indómita, un unicornio, como diría el protagonista de "Sesenta segundos", que no permitía ser domado por nadie. Había que tener las manos de Ayrton Senna o Alain Prost para poder llevarlo al límite.
Volví al despacho, seguí trabajando hasta la hora de salir. Al regresar a casa, la sensación de inseguridad volvió a apoderarse de mí. Cogí la Remington, la cargué y volví a dejarla en su escondite, por si acaso. Poco después llegó Rebeca, y casi sin descanso, se metió en la cocina para preparar su estupenda lasagna. Mientras, yo cuidaba de nuestra niña. Era sorprendente, parecía que cada día crecía más y más. Seguro que sería una mujer muy alta, como su madre.
Después de comer, me puse a buscar los guantes y las botas de piloto. Rebeca tenía la tarde libre, y dijo que se pondría a preparar la cena. Yo le comenté cuales serían mis planes. Al menos respiró tranquila, cuando vio que no me estaba comiendo la cabeza con el tema de las amenazas. Al poco rato llegó Alba, me subí en su M3, y pusimos rumbo a la empresa, en concreto a la nave cuatro. Antes de bajarme de su coche, me calcé los botines de piloto. Entramos en la nave, y tras esperar el encendido escalonado de las luces, vimos la colección en todo su esplendor. Alba empezó a hablarme como un niño que acaba de entrar en una tienda de gominolas y no sabe por cuales decidirse.
- Bueno, primero vamos en el Scuderia y el GTO, después los devolvemos y pillamos el Ford GT y el GT3RS....
- Relájate, primero vamos a por los Ferrari, después, ya hablaremos.
Entonces ella se subió al Scuderia, era impresionante, espartano como una celda monacal, al igual que el GTO, eran bestias diseñadas para ser radicalmente eficaces, no cómodas. Ella me pidió ayuda para abrocharse los arneses. Tras eso, anduve hasta el GTO, acaricié su carrocería desde la parte posterior hasta la puerta del conductor, me senté en el asiento, algo justo para mi metro ochenta y siete, lo regulé y cuando estuve cómodo, me puse los guantes. Estaba concentrándome, primero el guante izquierdo, abrí y cerré la mano un par de veces para que se ajustase bien a mi mano, después hice lo propio con la otra mano. Entonces encendí el motor, que se despertó con un ruido bronco y grave, miré a Alba, ella arrancó su Scuderia, metió primera y enfiló la salida de la nave. Yo iba detrás, ese motor casi no tenía bajos, no me atrevía nada más que a ir en la puntita del acelerador, tenía miedo de que se desbocase. Salimos del recinto de la empresa y ella puso rumbo hacia la carretera que llevaba a la playa, la misma por la que llevamos los Koenigsegg.
En las rectas, me comía literalmente al Scudería, ya que Alba parecía llevarlo con mimo y yo me aplastaba en el asiento debido a la patada de los dos turbos IHI soplando a pleno pulmón, pero en las curvas, me entraba el miedo y frenaba más de la cuenta, momento en el que ella me rebasaba como un misil. Fuimos conduciendo hasta la playa. Allí dimos vuelta y volvimos a la nave cuatro. Aparcamos dentro, y ella me hizo señas para que me acercase a su coche, no podía desamarrarse del arnés.
- Aún nos sobra tiempo -dijo ella-. Vamos dar otra vuelta, ¡me pido el Ford GT!
- Vale, pues yo llevaré el McLaren, me encanta ese coche.
Entonces nos subimos en los coches que habíamos elegido. Ponerse a los mandos de un McLaren F1 es lo más parecido a estar dentro de un Fórmula Uno matriculado, en gran parte debido al emplazamiento del conductor, en el centro. Salimos de la nave, ella volvía a ir delante, pero esta vez puso rumbo hacia la entrada de la autopista. Antes de subir la valla, dio dos acelerones al aire, el Ford GT bramó con rabia, era un aviso de que Alba iba a correr y que yo tendría que darle caza. Entonces, la valla se alzó y ella despareció tras una cortina de humo. Yo estaba tranquilo, llevaba uno de los coches más rápidos del mundo, le daría caza. Salí de la cabina de peaje rápido, acompañado por el aullido de los doce cilindros girando en la zona donde daban su do de pecho, por la radio Kenwood que montaban todos los F1 empezó a sonar una canción que era casi profética: "Highway Star" de Deep Purple.
El McLaren aceleraba de manera casi instantánea, al cabo de poco rato alcancé a Alba, la adelanté como si tal cosa y seguí mi camino. En aquel momento, yo era la estrella de la autopista. Aflojé un poco el ritmo y esperé un poco a que la silueta de Alba y el Ford GT apareciesen por el retrovisor, cuando los vi, puse el intermitente y tomé la salida, acabamos aparcando en una cafetería. Desde la ventana, veíamos como a nadie les pasaban desapercibidos nuestros coches, dos auténticos fuera de serie con los que siempre soñé poder verlos por las calles y que ahora tenía oportunidad de poder conducir. Los llevamos de vuelta a su garaje, era frustrante pasar del McLaren al M3. No es que el M3 sea un mal coche, pero el McLaren es sencillamente único. 
- Juan, ahora me tienes que dejar un día tu Shelby, me gustaría llevarlo.
- Sin problema, supongo que será muy parecido de llevar a este, irá algo más lento y duro. 
- Es que mi M3 es inmejorable, jajaja.
Me dejó en mi casa y se despidió prometiendo que nos volveríamos a ver en la cena. 
A las nueve y media llegaron puntuales, portando un regalo para la pequeña Alba, una muñeca. La cena fue realmente bien, había conseguido olvidarme de los problemas de las amenazas, el hecho de estar conduciendo dos superdeportivos durante la tarde me había hecho desconectar y olvidarme un poco de todo. Cuando Alba y Andrés se fueron, recogí la mesa y ayudé a Rebeca a limpiarlo todo. Menos mal que el día siguiente era sábado y podía hacer lo que deseaba, darle un pequeño repaso al Shelby. Esa noche dormí realmente bien, tanto, que el sábado por la mañana me levanté con unas energías impropias en mí. Tras desayunar me lancé a por mi queridísimo Shelby. Aunque últimamente había conducido alguno de los mejores automóviles jamás fabricados, mi Shelby era único. Me hacía sentir cosas que los otros no podían. Era mío, yo lo había reconstruído, para mí aquel coche tenía alma. Tenía que hacerle un repaso a la carburación, comprobar que estaba bien sincronizada, me llevaría toda la mañana y gran parte de la tarde, es lo malo de ser un poquito torpe y no ser un as de la mecánica. No importaba el tiempo que me llevase, yo lo que quería era hacerlo bien.
No hubo nada más reseñable ese fin de semana, salvo que echaron "Dirty dancing" en la televisión y Rebeca me obligó a verla.
El lunes me tocaba trabajar también por la tarde. Lo llevé bastante bien, si por la mañana visité la nave cuatro con Alba, por la tarde, fui yo solo por allí, y también por la siete, donde había un Ford 350 Super Duty y un Shelby GT500 Super Snake recién llegados desde los Estados Unidos. Eran impresionantes, sobre todo la camioneta, menudo bicho. En la parte trasera sobresalían las aletas para albergar las dobles ruedas traseras, y el gran espacio de carga. Desde luego, estaba hecha a lo grande.
Al llegar a casa me encontré con un Audi A4 aparcado muy cerca, seguramente serían los tíos de Rebeca, que habrían venido de visita. Metí el GT-R en el garaje, pero la puerta interior, que comunicaba con el pasillo interior de la casa estaba abierta. Al bajarme del coche oí a Rebeca, pero su tono no era el de una conversación tranquila, parecía muy nerviosa. Me puse en lo peor, cogí la escopeta y subí sigilosamente con ella por las escaleras, cada vez podía oír con mayor nitidez lo que decía. Estaban en la habitación de mi hija.
- Por favor, no nos hagas nada. Llévate lo que quieras...
- ¡Calla! Mucho tarda tu marido.
En ese momento me acerqué con cautela, la puerta del dormitorio estaba abierta. Entré apuntando al intruso.
- Si no te vas, te meto un tiro.
- Si quieres algo a tu familia, baja ese rifle y pon las manos donde pueda verlas.
Justo en el momento en el que entré en la habitación, vi como una mujer joven sostenía una pistola en sus manos, estaba apuntando a Rebeca, que tenía a la pequeña Alba durmiendo en sus brazos. La mujer del arma ni siquiera me miró cuando le hablé.
Obedecí, no podía permitir que les pasase nada a ellas, entonces ella me apuntó y la reconocí. Dicen que tu destino está marcado al nacer, con independencia de las sendas que cojas a lo largo de tu vida. En aquel momento comprendí que había llegado mi hora.

domingo, 24 de febrero de 2013

Capítulo 22: Atando cabos

A la mañana siguiente, volví al trabajo, mientras aparcaba mi coche en la plaza de costumbre, noté que Alba todavía no había llegado. Al cabo de unos segundos tras bajarme de mi GT-R, un sonido de aspiración junto al ruido inconfundible de un motor hizo aparición, era ella, con su flamante M3. Mientras aparcaba, noté una sonrisa enorme en su boca, se bajó del coche y aún manteniendo la sonrisa me saludó.
- ¡Muy buenos días! Hace una mañana preciosa.
- Buenos días Alba. Parece que desde un M3 la vida parece más bella, ¿me equivoco?
- No, para nada. Vayamos entrando, que al descanso tenemos que dar una vuelta hasta la nave cuatro, jajaja.
Entré en el despacho y mientras no dieron las once y media de la mañana, hora habitual de nuestra pausa, no salí de él en toda la mañana. Mi padre me había dado unas llaves de la nave, sólo el y yo teníamos acceso a ella. 
Nosotros no dejábamos de maravillarnos ante aquellas joyas mecánicas. Aunque lo habíamos visto miles de veces, el McLaren F1, seguía siendo cautivador, el Ferrari F430 Scuderia, seguía luciendo su impoluto rojo "rossocorsa", el Lamborghini Countach 5000S seguía pareciendo tan actual que, a pesar de tener más de veinte años, aparentaba menos y el Ford GT seguía tan intimidante con sus bandas blancas sobre el negro de la carrocería como cuando su pariente, el GT40 ganó las veinticuatro horas de Le Mans. Mientras tanto, el 997 GT3 RS que allí había sólo llamaba la atención por las bandas naranjas que salpicaban la carrocería gris. Sabíamos que iba a llegar un nuevo miembro a la colección de mi padre, otro coche cuyos dueños se negaron a pagar el transporte, sólo sabíamos que se trataba de un deportivo clásico. 
- Juan, ¿qué coche crees que traerán para aquí?
- Ni idea, pero dentro de poco lo descubriremos, están acercando un camión hacia aquí, seguro que es el coche.
En ese momento apareció mi padre, mandó bajar la carga. El coche estaba cubierto por una funda de color grisáceo, rodeamos el coche y vimos que la funda tenía un logotipo de Ferrari bordado. Por lo que abultaba su parte trasera deduje que se trataría de un modelo de competición, pero cuando ayudé a mi padre a sacar la funda, Alba y yo nos quedamos boquiabiertos: ante nuestros ojos, se mostraba más bello y espectacular que nunca un maravilloso Ferrari 288 GTO rojo. Mi Ferrari favorito. 

Resultaba ser de un señor que le debía el transporte de una serie de objetos de lujo como muebles u obras de arte además del coche, y se negaba a pagar, por lo que mi padre se quedó con el "cavallino". Su estampa era muy agresiva, había sido diseñado para el Grupo B del Mundial de rallyes, era una bestia indómita con un motor V8 biturbo de los de todo o nada. Me impresionó tanto, que no me atrevía a conducirlo. 
Desde que habíamos descubierto el tesoro de la nave cuatro, nuestra afición era velar por aquellas joyitas, y por las tardes, los sacábamos a dar una vuelta. Alba no se había atrevido a llevar el F1, y ahora ni yo ni ella nos veíamos capacitados para llevar el GTO.
Tras ver el desembarco del nuevo miembro de la familia y el regreso al trabajo, volví a casa para comer. Rebeca tenía la mañana libre, así que a la tarde me tocaba cuidar de mi pequeña Alba. Poco después de comer recibí una llamada, era Alba "la mayor":
- ¡Hola! ¿estás en casa?
- Sí, aquí con tu ahijada...
- Vale, pues en un rato me acerco hasta ahí, que tengo ganas de ver a la niña. Nos vemos.
- Chao Alba.
De allí a unos veinte minutos, oí el sonido del V8 de su M3, Rebeca ya se había marchado y la niña dormía tranquilamente en su cuna. Salí a la puerta a recibirla, venía sola, sonriendo, como de costumbre. 
- Hola, ¿la niña está dormida?
- Sí, pasa anda...
- Muy bien, procuraré no hacer ruido.
Tan pronto como dijo esa frase la niña empezó a llorar, era hora de su merienda. La cogí con cuidado y la saqué de la cuna. Bajo la atenta mirada de Alba, le dí la merienda.
- ¿Puedo cogerla un rato?
- Sí, claro.
Entonces la madrina tomó a su ahijada en brazos, y empezó a darle besos y a jugar con ella.
- ¡Uy! Pero que mona es esta niña, ¡cómo ha crecido! ¡Qué me la como!
- Jajaja, parece que tu instinto maternal ha salido a relucir ¿eh?
- Me encantan los niños, pero no me veo preparada aún para ser madre, en un futuro, seguro que sí, ahora no. Cuando llegue con Andrés a donde habéis llegado vosotros, me lo plantearé jaja.
- No te preocupes, estoy seguro que serás una madre estupenda.
Ella seguía jugando con la pequeña cuando llegó Rebeca. Fue muy gracioso ver como la niña miraba a su madre, a su madrina y tocaya, sonreía y empezaba a reirse. No sé, supongo que les encontraría algún parecido físico, aunque realmente no lo tenían más allá del color rubio de su cabello. En ese momento, Alba sénior decidió irse, tras aceptar nuestra invitación de venir a casa a cenar o comer con su novio. 
Después de cenar, seguí con la lectura de los diarios de Laura, sinceramente cada vez era más desconcertante, seguía muy confundido aunque estaba a punto de terminarlo. Esa misma noche, Iago me llamó por teléfono.
- Oye Juan, estuve hoy en la casa del tío al que arroyó el tren, aquel ex novio de tu amiga. Fui a cortar la luz y ví allí cosas muy raras, mañana a la tarde libro del curro, ¿te voy a buscar y echamos un vistazo?
- Por mi bien. ¿Nos vemos sobre las cinco?
- Por mi perfecto. Ándate con ojo tío, en serio.
- No te preocupes, hasta mañana.
A la mañana siguiente fui a trabajar doblemente excitado tanto por volver a ver a mis queridos McLaren F1 y Ferrari 288 GTO como por ir con Iago a investigar sobre lo que había en aquella casa. A la hora del descanso, Alba vino a llamarme para ir a nuestro habitual lugar de recreo, la nave cuatro. 
El Mclaren seguía hechizándome, pero el 288 GTO también, no sé que me pasaba con ese coche, sentía que si conducía el Ferrari, lo profanaría. 
Tras el descanso, volvimos al trabajo, y después de varias horas, para casa. Sobre las cinco, Iago se presentó con puntualidad inglesa, pero no llevaba su Scirocco, sino la Renault Kangoo y el mono de trabajo de la compañía eléctrica para la que trabajaba.
- Menudas pintas -dije bromeando- ¿ahora te dedicas al porno estilo años setenta? jajaja.
- Menos risas, que vamos de incógnito.
Su cara seria demostraba que algo gordo estaba sucediendo.
- Tío, me estás asustando, ¿qué pasa?
- Ya lo verás cuando llegues, te alegrarás de que ese bastardo esté enterrado. Hay que ser discretos, mientras yo hago que ando en el contador, tú entra en la casa, después entraré yo. Aunque no hay casas en varios kilómetros a la redonda, hay que tener cuidado.
Asentí, y pusimos rumbo a la casa de aquel imbécil. No pude olvidar la escena del tren arrollando a la pick up Mazda al pasar por el paso a nivel. Llegamos a su casa y Iago siguió con la función. Me dirigí a la puerta y comprobé que estaba abierta, entré y le hice una seña a Iago. Él entró y me condujo a una de las habitaciones del fondo. Lo que vi allí me sobrecogió. En una pared había varias fotos mías, de Rebeca, incluso de Iago y Alba. Todos los datos de mis coches, mi Norton, incluso la matrícula del nuevo coche de Rebeca. Sin embargo no tenía mi dirección, pero la sabría y la retendría en su memoria.
- Supongo que todo esto es parte de una venganza por mandarlo a la trena ¿no? -dijo Iago-.
- No... no tengo ni puta idea, esto... me supera, salgamos...
Entoces él me agarró del brazo y siguió hablando.
- Mira ahí abajo, ahora te alegrarás de que esté en el otro barrio.
Lo hice, debajo de una mesa donde había mas fotos, vi unas cajas de madera apiladas, eran cinco. Tenían unas letras en cirílico, pero pude descifrarlas "Avtomatik Kalashnikov 74", eran rifles AK47, pero de fabricación actual. También había bastante munición, tanto para los rifles como para la pistola Tokarev que había aparecido en el coche de aquel desgraciado. Sin duda, tenía pensado acabar conmigo.
- Joder, ¿has... visto eso?
- Sí, cinco Kalshnikovs como cinco soles, hay que sacarlos de aquí...
- ¡¿Estás loco?! Si nos trincan con ellos, vamos directos a prisión...
- Mira, cógelos y llévalos para tus colegas los moteros, así les pagas el favor. Por aquí no viene nunca la Guardia Civil ni la Policía, puedes estar tranquilo. A parte, conozco un atajo, las metemos en la furgona y listo. Llámalos para que nos tengan preparado el sitio.
Hice lo que dijo Iago, el presidente del club se mostró muy contento, dijo que nos pagaría, ya que consideraba que la ayuda que me habían prestado no la hicieron para devolverme los favores que me debían, aún consideraba pendiente la deuda. Cargamos la cajas en la Kangoo y pusimos rumbo al bar del Moto Club. Yo iba temblando de nervios, tenía malos augurios, y se confirmaron, una patrulla de la Guardia Civil estaba haciendo un control. Empecé a temblar, Iago empezó a hablar.
- Mierda, tranquilízate de una puta vez, no hables nada, déjame a mí.
- Buenas tardes, esto es un control de alcoholemia, ¿ha bebido usted? 
- Nada agente, estoy trabajando, pero hago la prueba sin problema -dijo Iago con una sangre fría propia de un mafioso-.
Iago sopló, resultado: 0,0. Afortunadamente, pudimos seguir la ruta hacia el bar. Al llegar allí, metimos la furgoneta por el callejón trasero, el presidente nos ayudó a descargar las cajas. 
- Joder, aquí hay material suficiente para armar un pequeño comando de Al-Qaeda. ¿Dónde las habéis encontrado? -preguntó el presidente-.
- En la casa donde le dimos la paliza al tío que amarramos al juzgado.
- Ah, ya, al que lo pilló el mercancías. Bien, los rifles están bien, aún sin estrenar, esperad, que os voy a dar una pequeña gratificación por ellos, os habéis jugado el pellejo para traerlos, os lo merecéis.
Entonces se dio la vuelta y abrió la caja fuerte que había detrás del cuadro de una Harley Electra Glide. Sacó un fajo de billetes y nos habló pausadamente.
- Bien, en el mercado valdrían unos dos mil euros cada uno, así que cinco mil euros para cada uno. Coged la pasta y salir de aquí cagando leches, no vaya a ser que os trinquen, cuidaos ¿vale? 
A Iago le dio la mano, pero a mi me dedicó un fuerte abrazo. Salimos de allí, hacia mi casa. A Rebeca no le dije nada de lo ocurrido. Aún era pronto y decidí seguir con la lectura del diario de Laura, me faltarían unas diez hojas para terminarlo, curiosamente, a partir de la primera, con la que retomé la lectura, se clarificó algo:

...Hoy por fin se ha hecho justicia, a ese cerdo lo han despedido. Juan asume la dirección de la Asesoría Jurídica de la empresa, estoy muy feliz por él, pero más aún por mí, ya no me molestará nunca más...

¡Era él! ¡Lo sabía! El acosador de Laura era mi antiguo jefe, lo sospeché desde un principio. Al seguir leyendo, Laura contaba como descubrió quien la amenazaba, era él, y también como supo que yo también era amenazado. La última entrada escrita en el diario, me emocionó:

Querido diario:
Es posible que esta sea la última vez que te escriba, creo que no viviré mucho más tiempo. Desde que descubrí quien me amenaza y quien lo hacía con Juan, no me siento nada segura. Hoy he quedado con él para decírselo, me parece lo más correcto decírselo, se lo jugó todo por ayudarme y defenderme, ha sido una de las personas más buenas que he conocido, se lo merece. Sólo quiero decirte que espero no cargar su conciencia con mi muerte, este riesgo lo corro yo sola, sólo quiero ayudarlo, no es culpa de nadie salvo mía. Si salgo con vida, esta entrada la arrancaré, pero no creo que pueda hacer tal cosa.
Rocío, te quiero mucho, lo eres todo para mí. De la empresa sólo quiero que vengan a mi entierro las siguientes personas: Juan, Alba y Ricardo. El resto, como si no existiese, al igual que para ellos yo no existía.
Un beso, con todo el cariño del mundo.
Laura

Tras leer aquella nota, salí corriendo hacia el cementerio, necesitaba visitar la tumba de Laura. Paré por el camino a comprar un pequeño ramo de flores. Al llegar allí, deposité el ramo sobre  la losa de mármol que contenía su nombre grabado. Su prima, supongo, colocó una especie de atril metálico que soportaba un marco de metal plateado, era una foto de Laura, con su eterna sonrisa. Acaricie su rostro fotografiado mientras le daba las gracias por todo su esfuerzo y sacrificio. 
Al salir del cementerio, algo llamó mi atención, el zumbido de una abeja hizo que girase instintivamente mi cabeza para esquivarla, al hacerlo, vi un nicho donde habían colocado recientemente unas flores muy frescas, la curiosidad hizo que me acercase hasta allí, al ver el nombre del difunto, casi me da un infarto: Guillermo Méndez, mi antiguo jefe, había fallecido hacía casi seis meses.
La duda de saber que quien me amenazaba había muerto sembraba cierto desconcierto en mí. Las primeras amenazas las había enviado él, de eso estaba totalmente seguro, pero ¿quién lo hacía últimamente? 
Al llegar a casa, antes de entrar, miré repetidas veces si había algún coche o cara desconocida, la calle estaba desierta. Cené y me metí en cama, no pude dormir en toda la noche. Miraba a Rebeca, abrazada a mí, necesitaba protegerla. Ahora volvía a estar como al principio, desconocía quien me amenazaba.