domingo, 17 de febrero de 2013

Capítulo 20: La muerte acecha

Al llegar a casa, y tras acostar a la niña, decidí meterme en cama, habían sido demasiadas emociones. Esa noche, el Agera R sustituyó a Laura en mis sueños. Soñaba que lo conducía por carreteras de la Costa Azul, de Italia, por las "autobahn" alemanas... No podría olvidar jamás ese coche, tan rápido, tan extremo, era lo más parecido a llevar un caza de combate. Fue una experiencia única, dudo mucho que se me presentase otra oportunidad para volver a conducir una máquina tan maravillosa como aquella.
Al día siguiente llegué a casa al mediodía después de trabajar, la tarde la tenía libre. Aprovecharía para estar con mi hija. Me dolía mucho casi no verla durante la semana, por eso tenía que desquitarme los fines de semana y pasarme horas y horas con ella. Esa tarde decidí tumbarme en el sofá con ella en mis brazos, la elevaba, como si ella volase, sonreía y se reía. Después del juego ella se quedó dormida sobre mi pecho, me pasé las horas velando su sueño, tenía una cara que no podía dejar de mirar. ¡Cuánto había crecido! Ahora el parecido físico con su madre era más que evidente, era una niña rubita, con la piel más bien clara. De mi físico sólo heredó mis ojos castaños. Cuando llegó Rebeca a casa, y vio la estampa, no pudo evitar sacar su móvil de la chaqueta y sacarnos una foto. Mi esposa seguía radiante, desde que era madre, lucía una sonrisa preciosa. Aquel día, me encantaba cómo se había vestido, no era nada especial, unos vaqueros, una camisa y una americana azul marino, aunque estaba muy favorecida. La niña se despertó, sin llorar, tenía muy buen despertar, su madre la cogió en sus brazos. En ese momento me levanté, no sin esfuerzo, del sofá, me acerqué a Rebeca y le dí un beso. Mientras le daba la cena a la niña, yo contemplaba la escena. La niña tenía apetito, comía con ansias aquel potito. Daba gusto verla, aunque no sé quien babeaba más, la pequeña Alba, Rebeca o yo. 
Tras acostar a Alba júnior, cenamos nosotros, tras lo cual dedicamos un poco de tiempo a ver la televisión. El llanto de nuestra hija que reproducía el monitor, fue la escusa perfecta para apagar el televisor y subir al dormitorio, cincuenta canales y en ninguno echaban nada potable, sólo cotilleos, realitys casposos y demás griteríos por el estilo. Tras atender a la niña, nosotros fuimos a nuestro dormitorio. En la cama, mientras ella leía la novela "Tres ingleses en Alemania", yo leía el diario de Laura. 
El diario cada vez era más duro de leer. Me asombraba, de un lado, de la capacidad de la mente humana para soportar los tratos mas crueles, y de otro, cómo una persona puede llegar a ser tan sádica y cruel con otra. Laura jamás me pareció una persona odiosa, todo lo contrario, era una chica muy dulce y atenta con los demás, no sólo conmigo. El trato que me dispensaba a mí, también se lo dedicaba a los demás en la empresa. Es posible que el acosador malinterpretase sus intenciones y fuese más allá. Ella se negaría, él no entendería un "no" por respuesta y empezase a acosarla. El placer obtenido por hacer algo prohibido, sumado a la vulnerabilidad de la víctima, se me antojaba un cóctel muy sabroso y adictivo para el acosador. El detalle con que Laura narraba los abusos sufridos era tan extremo que no podía evitar sentir náuseas. Eran las once de la noche, decidí dejar la lectura, y para poder dormir con mejor cuerpo, bajé al salón. Antes de sentarme en el sofá decidí coger un par de álbumes de fotos. Uno era antiguo, recogía la mayoría de las fotos que nos sacamos durante nuestro noviazgo. Allí estaba la foto con McLaren F1 en Marbella. Recuerdo que tras sacar aquella foto, me quedé un buen rato mirando aquel coche, ella se enfadó, quería pasear y ver escaparates, así que le dije que fuese sin mi. Eramos aún unos críos, ella, tan guapa como siempre y yo, también como siempre, posando de vaqueros, con una camiseta de W.A.S.P. y con la cartera amarrada con una cadena cromada al pantalón. Una de las últimas fotos era de la cena de navidad de la empresa, salíamos Alba, Laura, Ricardo y yo. El otro álbum era el de nuestra boda, había una foto que me gustaba especialmente. Rebeca estaba sentada en una lujosa butaca, mirándome a los ojos, mientras yo estaba de pie, a su lado observándola. El tercer y último álbum que cogí era el de nuestra hija. Desde su llegada a casa, su bautizo y una que Carmen, excelente fotógrafo para ser amateur, nos sacó. Salíamos los tres con la niña, sonriendo, pero todo el protagonismo de la foto se lo llevaba la pequeña Alba. Tras ojear los álbumes decidí consultar el e-mail. Acababa de recibir uno de Alba sénior, era la foto que nos habían sacado en la playa con los Koenigsegg. Aquellos coches lucían espectaculares, mientras el fondo de la foto parecía competir en belleza y espectacularidad con aquellas obras de arte suecas. Cambié mi idea sobre las cosas diseñadas allí. El diseño de los Volvo siempre me pareció un poco de "viejunos", los muebles de IKEA nunca me gustaron, al igual que el vodka Absolut. Sin embargo aquellos coches me encantaban. Tras contestarle el correo agradeciendo el envío de las fotos, me fui a dormir, al llegar al dormitorio, las luces estaban apagadas, Rebeca dormía, alumbrándome con la luz del móvil me metí en la cama con cuidado de no despertarla.
A la mañana siguiente, el pitido del despertador volvió a obligarme a despertarme para apagarlo. Al menos era viernes y sabiendo que el fin de semana estaba próximo, eso me animaba bastante. Ese día decidí ir a trabajar en el Shelby. Al arrancarlo, despertando a medio vecindario, me sentía aún más animado, el rugido de aquellos pistones subiendo y bajando armónicamente, acompañado del silbido de los carburadores me daba energías suficientes como para afrontar tres días sin dormir. 
Al llegar a trabajar, vi como metían en la nave número siete un Shelby GT500 actual, azul con bandas blancas, como el mío. Parecía que uno de los nietos había venido a saludar al abuelete. Al entrar en la oficina, Carlota, mi secretaria, me alcanzó una carpeta con el plan de trabajo para el día. Al cabo de varias horas, llamaron a la puerta, era Carlota.
- Juan, está aquí Alba, ¿la hago entrar?
- Sí, por favor.
Ella se giró y le dijo a Alba que entrase. Venía a buscarme para tomar un descanso. Yendo por el pasillo, nos encontramos con el conserje, que venía con dos cajas en las manos. Nos dijo que eran para nosotros. Entramos en mi despacho a abrir las cajas, venían de Koenigsegg, tanto a Alba como a mí nos regalaban un polo negro con el logo de la empresa bordado, una maqueta de un Agera R. A mí también me obsequiaron con unos gemelos, mientras que para ella eran unos pendientes. A ambos nos dedicaba Christian von Koenigsegg una carta de agradecimiento por todo nuestro trabajo a favor de su empresa.
Una vez comprobados nuestros regalos, nuestro descanso nos llevó a dar una vuelta por la nave número siete. De la otra vez, mi éxtasis me impedía ver la grandiosidad de aquella colección de coches que aguardaban su embarque y llegada a casa de sus ilusionados nuevos propietarios. Ahora, más calmado, pude observar la belleza de aquellos vehículos. En aquel momento ni la mujer mas bella del mundo susurrando sugerentemente mi nombre sería capaz de desviar mi atención de aquel Aston Martin DB4 Zagato.
Al volver a casa, recordé que mi amigo Iago y su novia venían a cenar a nuestra casa. Cuando llegué, el Scirocco de Iago ya estaba allí. Guardé el coche en el garaje y entré. Estaban todo en el salón, esperándome, me retrasé al parar en un supermercado a comprar un par de botellas de vino. La cena transcurrió tranquilamente, pero de pronto, Iago, que estaba sentado frente a la ventana, se levantó sobresaltado.
- Juan, creo que hay alguien merodeando por el jardín. 
- Bien, voy a por la escopeta, para asustarlo, tu sal por la puerta principal que yo voy por el garaje.
Mientras corría para coger la escopeta y abría la puerta del garaje, oía gritar a Iago.
- ¡No corras hijo de puta!
Llegué yo, empuñando la escopeta, vi a un tío corriendo, pero no le pude ver la cara.
- Corre Juan, se está subiendo a una pick-up, ¡vamos a seguirlo!
Me subí al coche de Iago y empezamos a seguir a aquella Mazda pick-up negra que se escapaba a toda velocidad calle abajo. En la radio sonaba una canción de un grupo nuevo, según el locutor, se llamaban Enforcer.

Iago consiguió pegarse lo suficiente a ella como para que yo pudiese disparar, pero no era cuestión de ponerse a montar un tiroteo en plan Hollywood. Iago intentó ponerse al par de la camioneta, para que pudiese apuntar a su conductor con el arma, a ver si se asustaba y así paraba, pero fue imposible, un volantazo del Mazda casi hace que nos comamos un quitamiedos por su culpa. 
- ¡Métele un tiro!
- Paso, no me interesa. Vamos a su casa o adónde pare, allí ya veremos lo que hago.
Íbamos a mucha velocidad, ya habíamos salido de la zona poblada. El conductor de Mazda estaba circulando por una ruta que se me hacía muy conocida. De pronto nos encontramos ante un paso a nivel sin barreras, sentíamos pitar aquel tren de mercancías, ya estaba allí, viniendo desde nuestra derecha, Iago echó el freno, pero el conductor del Mazda no. Cerré los ojos. Cuando vi el tren tan cerca, parecía el final mío y de Iago, pero no fue así. El sonido de un choque hizo que abriese los ojos, y al hacerlo, ví como el Mazda salía despedido por los aires, el tren lo había embestido de lleno. Aterrizó sobre el lado del conductor, y antes de pararse definitivamente dió numerosas vueltas de campana.
Iago y yo nos bajamos del coche y fuimos corriendo hacia el amasijo de hierros en que se había convertido la pick-up. A pesar del tremendo impacto, teníamos la esperanza de que su conductor estuviese vivo aunque gravemente herido. Estaba sobre el lado del conductor, al acercarnos allí, toda idea de supervivencia se esfumó, el antebrazo izquierdo del conductor salía del teórico hueco donde estaba la ventanilla, seguramente cercenado por el marco de la puerta, es decir había quedado atrapado entre el suelo y los restos del coche. Mientras Iago llamaba al 112, yo fui a mirar a la zona delantera, a través del hueco que había dejado el parabrisas, vi a su conductor y era conocido: Borja, el ex novio de Laura. Ahora sabía por qué se me hacía conocida aquella carretera, unos tres kilómetros después del paso a nivel, estaba su casa. Su cabeza estaba abierta, parte de los sesos asomaban por la frente. Lo raro fue que no vomité ante aquella escena, ese malnacido tenía lo que merecía. Por primera vez en mi vida, me alegraba de la muerte de una persona.
Volvimos a casa, Iago recogió a su novia y se fueron. Vi algo raro en la cara de Rebeca, tan pronto como oyó arrancar el coche de Iago, ella empezó a chillar.
- ¡Estás loco! ¿Quién te crees que eres, Clint Eastwood?
- Si hice esto fue para protegeros, o quieres que un día aparezcamos todos muertos...
- Cállate, ¡por favor! No te conozco, ¿Dónde está el hombre del que me enamoré? 
Su labio inferior empezó a temblar y sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas.
- Aquí, soy yo.
- No, tu eres un asesino, te has convertido en un matón... El Juan que yo conocía no era violento.
- Rebeca, por favor, escúchame. Ese tío era el ex de Laura, se lo ha llevado un tren por delante, nosotros no tuvimos nada que ver. 
- ¿Qué?
- Sí, atravesó el paso a nivel cuando venía el tren, lo arrolló, murió en el acto.
- Fue un accidente, pero tu ya no eres el mismo, ven conmigo, quiero decirte algo muy importante.
Ella me cogió de la mano y me hizo subir al dormitorio de nuestra hija. Allí, me señaló la cuna, la niña dormía tranquilamente. Empezó a hablar en voz baja, con voz temblorosa.
- Juan, si aún nos quieres, júrame por ella que no volverás a empuñar esa escopeta. Si no, cojo la puerta, a ella y nunca más nos volverás ver. ¿Qué decides? O tu venganza o tu familia.
- Te lo juro, no volveré a cogerla, la dejo en el garaje y listo. No volveré a ser así. Todo este asunto me está volviendo loco.
Entonces ella se acercó a mí y me abrazó. Estaba mucho más tranquila.
- Vale, dios, no sabes como me come por dentro todo esto. Por favor, no andes por ahí pegando tiros a lo John Wayne. Te entiendo, pero la solución no es salir con las armas en ristre por la calle.
- No te preocupes, no volverá a suceder. Tranquila.
Tras el abrazo, nos fuimos a dormir. A la mañana siguiente al ojear el periódico la noticia de la portada era clara: un fugado de la prisión había sido arrollado por un mercancías. La noticia recogía en varias páginas del diario la historia de Borja, desde la comisión del delito, hasta su violenta muerte, pasando por el episodio de aparecer encadenado en los juzgados. La policía encontró entre los restos del coche un arma de fuego, en concreto una pistola "Tokarev". A saber con que intención había venido a nuestra casa.
Pero antes de salir al trabajo, una nueva nota estaba esperando su turno para acelerar mi pulso:

Has vuelto a fallar. Tu destino está escrito. Tu has llevado a tu familia a la muerte.

En ese momento me arrepentí de la promesa que le hice a Rebeca, sólo tenía ganas de coger la escopeta y matar al desgraciado que me estaba amenazando.

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