domingo, 24 de febrero de 2013

Capítulo 22: Atando cabos

A la mañana siguiente, volví al trabajo, mientras aparcaba mi coche en la plaza de costumbre, noté que Alba todavía no había llegado. Al cabo de unos segundos tras bajarme de mi GT-R, un sonido de aspiración junto al ruido inconfundible de un motor hizo aparición, era ella, con su flamante M3. Mientras aparcaba, noté una sonrisa enorme en su boca, se bajó del coche y aún manteniendo la sonrisa me saludó.
- ¡Muy buenos días! Hace una mañana preciosa.
- Buenos días Alba. Parece que desde un M3 la vida parece más bella, ¿me equivoco?
- No, para nada. Vayamos entrando, que al descanso tenemos que dar una vuelta hasta la nave cuatro, jajaja.
Entré en el despacho y mientras no dieron las once y media de la mañana, hora habitual de nuestra pausa, no salí de él en toda la mañana. Mi padre me había dado unas llaves de la nave, sólo el y yo teníamos acceso a ella. 
Nosotros no dejábamos de maravillarnos ante aquellas joyas mecánicas. Aunque lo habíamos visto miles de veces, el McLaren F1, seguía siendo cautivador, el Ferrari F430 Scuderia, seguía luciendo su impoluto rojo "rossocorsa", el Lamborghini Countach 5000S seguía pareciendo tan actual que, a pesar de tener más de veinte años, aparentaba menos y el Ford GT seguía tan intimidante con sus bandas blancas sobre el negro de la carrocería como cuando su pariente, el GT40 ganó las veinticuatro horas de Le Mans. Mientras tanto, el 997 GT3 RS que allí había sólo llamaba la atención por las bandas naranjas que salpicaban la carrocería gris. Sabíamos que iba a llegar un nuevo miembro a la colección de mi padre, otro coche cuyos dueños se negaron a pagar el transporte, sólo sabíamos que se trataba de un deportivo clásico. 
- Juan, ¿qué coche crees que traerán para aquí?
- Ni idea, pero dentro de poco lo descubriremos, están acercando un camión hacia aquí, seguro que es el coche.
En ese momento apareció mi padre, mandó bajar la carga. El coche estaba cubierto por una funda de color grisáceo, rodeamos el coche y vimos que la funda tenía un logotipo de Ferrari bordado. Por lo que abultaba su parte trasera deduje que se trataría de un modelo de competición, pero cuando ayudé a mi padre a sacar la funda, Alba y yo nos quedamos boquiabiertos: ante nuestros ojos, se mostraba más bello y espectacular que nunca un maravilloso Ferrari 288 GTO rojo. Mi Ferrari favorito. 

Resultaba ser de un señor que le debía el transporte de una serie de objetos de lujo como muebles u obras de arte además del coche, y se negaba a pagar, por lo que mi padre se quedó con el "cavallino". Su estampa era muy agresiva, había sido diseñado para el Grupo B del Mundial de rallyes, era una bestia indómita con un motor V8 biturbo de los de todo o nada. Me impresionó tanto, que no me atrevía a conducirlo. 
Desde que habíamos descubierto el tesoro de la nave cuatro, nuestra afición era velar por aquellas joyitas, y por las tardes, los sacábamos a dar una vuelta. Alba no se había atrevido a llevar el F1, y ahora ni yo ni ella nos veíamos capacitados para llevar el GTO.
Tras ver el desembarco del nuevo miembro de la familia y el regreso al trabajo, volví a casa para comer. Rebeca tenía la mañana libre, así que a la tarde me tocaba cuidar de mi pequeña Alba. Poco después de comer recibí una llamada, era Alba "la mayor":
- ¡Hola! ¿estás en casa?
- Sí, aquí con tu ahijada...
- Vale, pues en un rato me acerco hasta ahí, que tengo ganas de ver a la niña. Nos vemos.
- Chao Alba.
De allí a unos veinte minutos, oí el sonido del V8 de su M3, Rebeca ya se había marchado y la niña dormía tranquilamente en su cuna. Salí a la puerta a recibirla, venía sola, sonriendo, como de costumbre. 
- Hola, ¿la niña está dormida?
- Sí, pasa anda...
- Muy bien, procuraré no hacer ruido.
Tan pronto como dijo esa frase la niña empezó a llorar, era hora de su merienda. La cogí con cuidado y la saqué de la cuna. Bajo la atenta mirada de Alba, le dí la merienda.
- ¿Puedo cogerla un rato?
- Sí, claro.
Entonces la madrina tomó a su ahijada en brazos, y empezó a darle besos y a jugar con ella.
- ¡Uy! Pero que mona es esta niña, ¡cómo ha crecido! ¡Qué me la como!
- Jajaja, parece que tu instinto maternal ha salido a relucir ¿eh?
- Me encantan los niños, pero no me veo preparada aún para ser madre, en un futuro, seguro que sí, ahora no. Cuando llegue con Andrés a donde habéis llegado vosotros, me lo plantearé jaja.
- No te preocupes, estoy seguro que serás una madre estupenda.
Ella seguía jugando con la pequeña cuando llegó Rebeca. Fue muy gracioso ver como la niña miraba a su madre, a su madrina y tocaya, sonreía y empezaba a reirse. No sé, supongo que les encontraría algún parecido físico, aunque realmente no lo tenían más allá del color rubio de su cabello. En ese momento, Alba sénior decidió irse, tras aceptar nuestra invitación de venir a casa a cenar o comer con su novio. 
Después de cenar, seguí con la lectura de los diarios de Laura, sinceramente cada vez era más desconcertante, seguía muy confundido aunque estaba a punto de terminarlo. Esa misma noche, Iago me llamó por teléfono.
- Oye Juan, estuve hoy en la casa del tío al que arroyó el tren, aquel ex novio de tu amiga. Fui a cortar la luz y ví allí cosas muy raras, mañana a la tarde libro del curro, ¿te voy a buscar y echamos un vistazo?
- Por mi bien. ¿Nos vemos sobre las cinco?
- Por mi perfecto. Ándate con ojo tío, en serio.
- No te preocupes, hasta mañana.
A la mañana siguiente fui a trabajar doblemente excitado tanto por volver a ver a mis queridos McLaren F1 y Ferrari 288 GTO como por ir con Iago a investigar sobre lo que había en aquella casa. A la hora del descanso, Alba vino a llamarme para ir a nuestro habitual lugar de recreo, la nave cuatro. 
El Mclaren seguía hechizándome, pero el 288 GTO también, no sé que me pasaba con ese coche, sentía que si conducía el Ferrari, lo profanaría. 
Tras el descanso, volvimos al trabajo, y después de varias horas, para casa. Sobre las cinco, Iago se presentó con puntualidad inglesa, pero no llevaba su Scirocco, sino la Renault Kangoo y el mono de trabajo de la compañía eléctrica para la que trabajaba.
- Menudas pintas -dije bromeando- ¿ahora te dedicas al porno estilo años setenta? jajaja.
- Menos risas, que vamos de incógnito.
Su cara seria demostraba que algo gordo estaba sucediendo.
- Tío, me estás asustando, ¿qué pasa?
- Ya lo verás cuando llegues, te alegrarás de que ese bastardo esté enterrado. Hay que ser discretos, mientras yo hago que ando en el contador, tú entra en la casa, después entraré yo. Aunque no hay casas en varios kilómetros a la redonda, hay que tener cuidado.
Asentí, y pusimos rumbo a la casa de aquel imbécil. No pude olvidar la escena del tren arrollando a la pick up Mazda al pasar por el paso a nivel. Llegamos a su casa y Iago siguió con la función. Me dirigí a la puerta y comprobé que estaba abierta, entré y le hice una seña a Iago. Él entró y me condujo a una de las habitaciones del fondo. Lo que vi allí me sobrecogió. En una pared había varias fotos mías, de Rebeca, incluso de Iago y Alba. Todos los datos de mis coches, mi Norton, incluso la matrícula del nuevo coche de Rebeca. Sin embargo no tenía mi dirección, pero la sabría y la retendría en su memoria.
- Supongo que todo esto es parte de una venganza por mandarlo a la trena ¿no? -dijo Iago-.
- No... no tengo ni puta idea, esto... me supera, salgamos...
Entoces él me agarró del brazo y siguió hablando.
- Mira ahí abajo, ahora te alegrarás de que esté en el otro barrio.
Lo hice, debajo de una mesa donde había mas fotos, vi unas cajas de madera apiladas, eran cinco. Tenían unas letras en cirílico, pero pude descifrarlas "Avtomatik Kalashnikov 74", eran rifles AK47, pero de fabricación actual. También había bastante munición, tanto para los rifles como para la pistola Tokarev que había aparecido en el coche de aquel desgraciado. Sin duda, tenía pensado acabar conmigo.
- Joder, ¿has... visto eso?
- Sí, cinco Kalshnikovs como cinco soles, hay que sacarlos de aquí...
- ¡¿Estás loco?! Si nos trincan con ellos, vamos directos a prisión...
- Mira, cógelos y llévalos para tus colegas los moteros, así les pagas el favor. Por aquí no viene nunca la Guardia Civil ni la Policía, puedes estar tranquilo. A parte, conozco un atajo, las metemos en la furgona y listo. Llámalos para que nos tengan preparado el sitio.
Hice lo que dijo Iago, el presidente del club se mostró muy contento, dijo que nos pagaría, ya que consideraba que la ayuda que me habían prestado no la hicieron para devolverme los favores que me debían, aún consideraba pendiente la deuda. Cargamos la cajas en la Kangoo y pusimos rumbo al bar del Moto Club. Yo iba temblando de nervios, tenía malos augurios, y se confirmaron, una patrulla de la Guardia Civil estaba haciendo un control. Empecé a temblar, Iago empezó a hablar.
- Mierda, tranquilízate de una puta vez, no hables nada, déjame a mí.
- Buenas tardes, esto es un control de alcoholemia, ¿ha bebido usted? 
- Nada agente, estoy trabajando, pero hago la prueba sin problema -dijo Iago con una sangre fría propia de un mafioso-.
Iago sopló, resultado: 0,0. Afortunadamente, pudimos seguir la ruta hacia el bar. Al llegar allí, metimos la furgoneta por el callejón trasero, el presidente nos ayudó a descargar las cajas. 
- Joder, aquí hay material suficiente para armar un pequeño comando de Al-Qaeda. ¿Dónde las habéis encontrado? -preguntó el presidente-.
- En la casa donde le dimos la paliza al tío que amarramos al juzgado.
- Ah, ya, al que lo pilló el mercancías. Bien, los rifles están bien, aún sin estrenar, esperad, que os voy a dar una pequeña gratificación por ellos, os habéis jugado el pellejo para traerlos, os lo merecéis.
Entonces se dio la vuelta y abrió la caja fuerte que había detrás del cuadro de una Harley Electra Glide. Sacó un fajo de billetes y nos habló pausadamente.
- Bien, en el mercado valdrían unos dos mil euros cada uno, así que cinco mil euros para cada uno. Coged la pasta y salir de aquí cagando leches, no vaya a ser que os trinquen, cuidaos ¿vale? 
A Iago le dio la mano, pero a mi me dedicó un fuerte abrazo. Salimos de allí, hacia mi casa. A Rebeca no le dije nada de lo ocurrido. Aún era pronto y decidí seguir con la lectura del diario de Laura, me faltarían unas diez hojas para terminarlo, curiosamente, a partir de la primera, con la que retomé la lectura, se clarificó algo:

...Hoy por fin se ha hecho justicia, a ese cerdo lo han despedido. Juan asume la dirección de la Asesoría Jurídica de la empresa, estoy muy feliz por él, pero más aún por mí, ya no me molestará nunca más...

¡Era él! ¡Lo sabía! El acosador de Laura era mi antiguo jefe, lo sospeché desde un principio. Al seguir leyendo, Laura contaba como descubrió quien la amenazaba, era él, y también como supo que yo también era amenazado. La última entrada escrita en el diario, me emocionó:

Querido diario:
Es posible que esta sea la última vez que te escriba, creo que no viviré mucho más tiempo. Desde que descubrí quien me amenaza y quien lo hacía con Juan, no me siento nada segura. Hoy he quedado con él para decírselo, me parece lo más correcto decírselo, se lo jugó todo por ayudarme y defenderme, ha sido una de las personas más buenas que he conocido, se lo merece. Sólo quiero decirte que espero no cargar su conciencia con mi muerte, este riesgo lo corro yo sola, sólo quiero ayudarlo, no es culpa de nadie salvo mía. Si salgo con vida, esta entrada la arrancaré, pero no creo que pueda hacer tal cosa.
Rocío, te quiero mucho, lo eres todo para mí. De la empresa sólo quiero que vengan a mi entierro las siguientes personas: Juan, Alba y Ricardo. El resto, como si no existiese, al igual que para ellos yo no existía.
Un beso, con todo el cariño del mundo.
Laura

Tras leer aquella nota, salí corriendo hacia el cementerio, necesitaba visitar la tumba de Laura. Paré por el camino a comprar un pequeño ramo de flores. Al llegar allí, deposité el ramo sobre  la losa de mármol que contenía su nombre grabado. Su prima, supongo, colocó una especie de atril metálico que soportaba un marco de metal plateado, era una foto de Laura, con su eterna sonrisa. Acaricie su rostro fotografiado mientras le daba las gracias por todo su esfuerzo y sacrificio. 
Al salir del cementerio, algo llamó mi atención, el zumbido de una abeja hizo que girase instintivamente mi cabeza para esquivarla, al hacerlo, vi un nicho donde habían colocado recientemente unas flores muy frescas, la curiosidad hizo que me acercase hasta allí, al ver el nombre del difunto, casi me da un infarto: Guillermo Méndez, mi antiguo jefe, había fallecido hacía casi seis meses.
La duda de saber que quien me amenazaba había muerto sembraba cierto desconcierto en mí. Las primeras amenazas las había enviado él, de eso estaba totalmente seguro, pero ¿quién lo hacía últimamente? 
Al llegar a casa, antes de entrar, miré repetidas veces si había algún coche o cara desconocida, la calle estaba desierta. Cené y me metí en cama, no pude dormir en toda la noche. Miraba a Rebeca, abrazada a mí, necesitaba protegerla. Ahora volvía a estar como al principio, desconocía quien me amenazaba.


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