miércoles, 27 de febrero de 2013

Capítulo 23: Llegó la hora

Cuando Rebeca se despertó, lo hizo sonriendo, como de costumbre. Ella me miró, quería darme un beso, pero al ver mi cara, frenó en seco.
- ¿Qué te pasa? Algo va mal... ¿Has dormido?
- No le des importancia, no pasa nada.
- ¡Dime que te pasa!
- Vale, ¿sabes que mi antiguo jefe ha muerto hace seis meses?
- ¡Qué! ¿En... entonces quién nos ha estado amenazando?
- No lo sé, sinceramente no lo sé...
- Tranquilo, ya verás como no vuelve a pasar nada...
Miré a sus ojos mientras hablaba, aunque quería aparentar tranquilidad, ella estaba más nerviosa y preocupada que yo. Era desconcertante, ahora tenía pánico, no conocía la cara de quien me amenazaba, no sabía si era hombre, mujer... hasta llegué a sospechar de Alba, pero ella no podía ser.
Me duché y salí al trabajo, llegué sin ganas, antes de tiempo, de hecho, cuando aparqué el GT-R, no había otro coche aparcado alrededor. Al entrar en el despacho, Carlota aún no había llegado, me puse a mirar a mirar por la ventana. Al cabo de unos minutos, sentí unos tacones acercarse a mi puerta, era Carlota. La saludé y seguí observando por la ventana. Veía salir los camiones de la empresa, llegar a algunos trabajadores y vi como Alba aparcaba su M3 al par de mi GT-R y antes de entrar en el edificio, limpiaba con un pañuelo de papel alguna mancha o mota de polvo que tenía uno de los faros delanteros. 
Mi mañana fue muy monótona, a la hora del descanso, Alba me llamó, para dar una ronda habitual por la nave cuatro y por la siete. Al llegar, la excitación que sentía por el McLaren y por el GTO había desaparecido, tenía las manos en los bolsillos, mirando al F1 de frente, pero aquel cosquilleo en el estómago que sentía viendo al F1, había desaparecido. Esa sensación de nerviosismo como cuando la chica más guapa del instituto venía a hablarme, no existía. Estaba nervioso, no podía dejar de pensar en quien me estaba amenazando. 
- Juan, ¿estás bien? -dijo Alba, sacándome de mis pensamientos-.
- ¿eh? Sí, sí...
- No me mientas, ¿qué te pasa?
- Vale, la persona que creía que me estaba amenazando, y que intentó eliminarte está muerto. Pensé que era el ex de Laura, al que arrolló un mercancías, pero no era él. Pensé también que era mi antiguo jefe, pero está enterrado desde hace seis meses.
- ¿Tu antiguo jefe? ¿Por qué?
- Era el anterior director de Asesoría Jurídica de la empresa en la que estábamos antes, lo despidieron y yo heredé su puesto, no se lo tomó nada bien. Era un incompetente, siempre se lo reproché, pero nunca hablé mal de él a la dirección. Seguro que era él. El muy enfermo quería matarme a mí, a Rebeca, a mi hija y después lo intentaron contigo. ¡Dios! Lo odio, menos mal que está muerto, si no lo mataría yo. Mató a Laura, la acosaba, abusó de ella todo lo que quiso. Espero que arda en el Infierno. ¡Cabrón de mierda!
- Tranquilo Juan. Seguro que el que te amenaza últimamente sea algún pirado con mucho tiempo libre y que te tiene envidia. -Ella intentaba aparentar tranquilidad, pero se notaba que estaba incómoda-. Tengo una idea, esta tarde venimos aquí, yo pillo el Scuderia, si me lo dejas, y tu el GTO, nos vamos a dar vueltas con ellos. Ya verás como así te relajas.
- Gracias, pero no me atrevo a llevarlo, me parece demasiado...
- Bah, ¿fuiste el más rápido en el Nordschleife y ahora no te atreves con el GTO? Qué desilusión... Bueno, esta noche vamos a cenar a vuestra casa, llegaremos sobre las nueve y media, ¿os va bien?
- Sí, claro que sí. 
- Bueno, pues a las cinco voy a buscarte y nos damos unas vueltas con los "cavallini". 
- Perfecto, traeré los guantes, para domarlo. Alba, gracias por animarme.
- De nada hombre. 
Tras decir eso sonrió. La idea de ponerme a los mandos de uno de los deportivos más radicales de los años ochenta, con permiso del F40, era muy excitante. Tenía entendido que era un coche muy exigente, que no perdonaba un error al piloto. Una bestia indómita, un unicornio, como diría el protagonista de "Sesenta segundos", que no permitía ser domado por nadie. Había que tener las manos de Ayrton Senna o Alain Prost para poder llevarlo al límite.
Volví al despacho, seguí trabajando hasta la hora de salir. Al regresar a casa, la sensación de inseguridad volvió a apoderarse de mí. Cogí la Remington, la cargué y volví a dejarla en su escondite, por si acaso. Poco después llegó Rebeca, y casi sin descanso, se metió en la cocina para preparar su estupenda lasagna. Mientras, yo cuidaba de nuestra niña. Era sorprendente, parecía que cada día crecía más y más. Seguro que sería una mujer muy alta, como su madre.
Después de comer, me puse a buscar los guantes y las botas de piloto. Rebeca tenía la tarde libre, y dijo que se pondría a preparar la cena. Yo le comenté cuales serían mis planes. Al menos respiró tranquila, cuando vio que no me estaba comiendo la cabeza con el tema de las amenazas. Al poco rato llegó Alba, me subí en su M3, y pusimos rumbo a la empresa, en concreto a la nave cuatro. Antes de bajarme de su coche, me calcé los botines de piloto. Entramos en la nave, y tras esperar el encendido escalonado de las luces, vimos la colección en todo su esplendor. Alba empezó a hablarme como un niño que acaba de entrar en una tienda de gominolas y no sabe por cuales decidirse.
- Bueno, primero vamos en el Scuderia y el GTO, después los devolvemos y pillamos el Ford GT y el GT3RS....
- Relájate, primero vamos a por los Ferrari, después, ya hablaremos.
Entonces ella se subió al Scuderia, era impresionante, espartano como una celda monacal, al igual que el GTO, eran bestias diseñadas para ser radicalmente eficaces, no cómodas. Ella me pidió ayuda para abrocharse los arneses. Tras eso, anduve hasta el GTO, acaricié su carrocería desde la parte posterior hasta la puerta del conductor, me senté en el asiento, algo justo para mi metro ochenta y siete, lo regulé y cuando estuve cómodo, me puse los guantes. Estaba concentrándome, primero el guante izquierdo, abrí y cerré la mano un par de veces para que se ajustase bien a mi mano, después hice lo propio con la otra mano. Entonces encendí el motor, que se despertó con un ruido bronco y grave, miré a Alba, ella arrancó su Scuderia, metió primera y enfiló la salida de la nave. Yo iba detrás, ese motor casi no tenía bajos, no me atrevía nada más que a ir en la puntita del acelerador, tenía miedo de que se desbocase. Salimos del recinto de la empresa y ella puso rumbo hacia la carretera que llevaba a la playa, la misma por la que llevamos los Koenigsegg.
En las rectas, me comía literalmente al Scudería, ya que Alba parecía llevarlo con mimo y yo me aplastaba en el asiento debido a la patada de los dos turbos IHI soplando a pleno pulmón, pero en las curvas, me entraba el miedo y frenaba más de la cuenta, momento en el que ella me rebasaba como un misil. Fuimos conduciendo hasta la playa. Allí dimos vuelta y volvimos a la nave cuatro. Aparcamos dentro, y ella me hizo señas para que me acercase a su coche, no podía desamarrarse del arnés.
- Aún nos sobra tiempo -dijo ella-. Vamos dar otra vuelta, ¡me pido el Ford GT!
- Vale, pues yo llevaré el McLaren, me encanta ese coche.
Entonces nos subimos en los coches que habíamos elegido. Ponerse a los mandos de un McLaren F1 es lo más parecido a estar dentro de un Fórmula Uno matriculado, en gran parte debido al emplazamiento del conductor, en el centro. Salimos de la nave, ella volvía a ir delante, pero esta vez puso rumbo hacia la entrada de la autopista. Antes de subir la valla, dio dos acelerones al aire, el Ford GT bramó con rabia, era un aviso de que Alba iba a correr y que yo tendría que darle caza. Entonces, la valla se alzó y ella despareció tras una cortina de humo. Yo estaba tranquilo, llevaba uno de los coches más rápidos del mundo, le daría caza. Salí de la cabina de peaje rápido, acompañado por el aullido de los doce cilindros girando en la zona donde daban su do de pecho, por la radio Kenwood que montaban todos los F1 empezó a sonar una canción que era casi profética: "Highway Star" de Deep Purple.
El McLaren aceleraba de manera casi instantánea, al cabo de poco rato alcancé a Alba, la adelanté como si tal cosa y seguí mi camino. En aquel momento, yo era la estrella de la autopista. Aflojé un poco el ritmo y esperé un poco a que la silueta de Alba y el Ford GT apareciesen por el retrovisor, cuando los vi, puse el intermitente y tomé la salida, acabamos aparcando en una cafetería. Desde la ventana, veíamos como a nadie les pasaban desapercibidos nuestros coches, dos auténticos fuera de serie con los que siempre soñé poder verlos por las calles y que ahora tenía oportunidad de poder conducir. Los llevamos de vuelta a su garaje, era frustrante pasar del McLaren al M3. No es que el M3 sea un mal coche, pero el McLaren es sencillamente único. 
- Juan, ahora me tienes que dejar un día tu Shelby, me gustaría llevarlo.
- Sin problema, supongo que será muy parecido de llevar a este, irá algo más lento y duro. 
- Es que mi M3 es inmejorable, jajaja.
Me dejó en mi casa y se despidió prometiendo que nos volveríamos a ver en la cena. 
A las nueve y media llegaron puntuales, portando un regalo para la pequeña Alba, una muñeca. La cena fue realmente bien, había conseguido olvidarme de los problemas de las amenazas, el hecho de estar conduciendo dos superdeportivos durante la tarde me había hecho desconectar y olvidarme un poco de todo. Cuando Alba y Andrés se fueron, recogí la mesa y ayudé a Rebeca a limpiarlo todo. Menos mal que el día siguiente era sábado y podía hacer lo que deseaba, darle un pequeño repaso al Shelby. Esa noche dormí realmente bien, tanto, que el sábado por la mañana me levanté con unas energías impropias en mí. Tras desayunar me lancé a por mi queridísimo Shelby. Aunque últimamente había conducido alguno de los mejores automóviles jamás fabricados, mi Shelby era único. Me hacía sentir cosas que los otros no podían. Era mío, yo lo había reconstruído, para mí aquel coche tenía alma. Tenía que hacerle un repaso a la carburación, comprobar que estaba bien sincronizada, me llevaría toda la mañana y gran parte de la tarde, es lo malo de ser un poquito torpe y no ser un as de la mecánica. No importaba el tiempo que me llevase, yo lo que quería era hacerlo bien.
No hubo nada más reseñable ese fin de semana, salvo que echaron "Dirty dancing" en la televisión y Rebeca me obligó a verla.
El lunes me tocaba trabajar también por la tarde. Lo llevé bastante bien, si por la mañana visité la nave cuatro con Alba, por la tarde, fui yo solo por allí, y también por la siete, donde había un Ford 350 Super Duty y un Shelby GT500 Super Snake recién llegados desde los Estados Unidos. Eran impresionantes, sobre todo la camioneta, menudo bicho. En la parte trasera sobresalían las aletas para albergar las dobles ruedas traseras, y el gran espacio de carga. Desde luego, estaba hecha a lo grande.
Al llegar a casa me encontré con un Audi A4 aparcado muy cerca, seguramente serían los tíos de Rebeca, que habrían venido de visita. Metí el GT-R en el garaje, pero la puerta interior, que comunicaba con el pasillo interior de la casa estaba abierta. Al bajarme del coche oí a Rebeca, pero su tono no era el de una conversación tranquila, parecía muy nerviosa. Me puse en lo peor, cogí la escopeta y subí sigilosamente con ella por las escaleras, cada vez podía oír con mayor nitidez lo que decía. Estaban en la habitación de mi hija.
- Por favor, no nos hagas nada. Llévate lo que quieras...
- ¡Calla! Mucho tarda tu marido.
En ese momento me acerqué con cautela, la puerta del dormitorio estaba abierta. Entré apuntando al intruso.
- Si no te vas, te meto un tiro.
- Si quieres algo a tu familia, baja ese rifle y pon las manos donde pueda verlas.
Justo en el momento en el que entré en la habitación, vi como una mujer joven sostenía una pistola en sus manos, estaba apuntando a Rebeca, que tenía a la pequeña Alba durmiendo en sus brazos. La mujer del arma ni siquiera me miró cuando le hablé.
Obedecí, no podía permitir que les pasase nada a ellas, entonces ella me apuntó y la reconocí. Dicen que tu destino está marcado al nacer, con independencia de las sendas que cojas a lo largo de tu vida. En aquel momento comprendí que había llegado mi hora.

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