domingo, 3 de marzo de 2013

Capítulo 24: Sangre y lágrimas

- Hola Juan, has tardado demasiado en llegar...
- Carmen, relájate, ya estoy aquí, no tienes motivos para seguir apuntándome...-
- Las cosas no son así, y lo sabes, anda entra, estás en tu casa. -Dijo con cierto tono irónico mientras sonreía-.
Era Carmen, la mejor amiga de Rebeca, ahora lo entendía todo. Si había alguna persona que conociese nuestras rutinas y tuviese prácticamente un acceso total a nuestras vidas, era ella. Fue la amiga de confianza de Rebeca, pero ahora quería eliminarnos a todos. Sabía que iba a morir, pero no quería hacerlo sin saber que la motivó a hacer lo que estaba haciendo.
- Pon tu móvil sobre la mesa, no intentes nada raro o te ventilo el cerebro.
- Tranquila -dije mientras sacaba lentamente el teléfono del pantalón y lo ponía encima de la mesilla de noche de la habitación de mi hija-. Ahí está.
- Muy bien, buen chico...
En ese momento miré a Rebeca, estaba de pie, con la niña en sus brazos, estaba llorando. Carmen no dejaba de apuntarme a la cabeza, intentaba respirar con la mayor tranquilidad, pero mi corazón latía desbocado. Entonces, la niña empezó a llorar. Carmen, sin dejar de apuntarme, miró a Rebeca.
- ¡Maldita niña! ¡Haz que se calle!
- Carmen, yo... - Rebeca, empezó a llorar aún más fuerte-.
- Carmen, tranquila, al que querías eliminar era a mí, ya estoy aquí...
- ¡Cállate! ¡Tu tienes la culpa de todo! Pero no te preocupes, yo también sé tomarme la justicia por mi mano ¿sabes? No eres tan bueno como aparentas ser. Ni siquiera sé cómo puedes dormir tranquilo después de haber matado a mi padre...
- ¿Tu padre? ¡yo no he matado a nadie! 
Ella se enfureció, sus ojos parecían estar inyectados en sangre.
- ¡Serás cínico! ¿Acaso el nombre de Guillermo Méndez no dice nada para tí?
Ahora lo comprendía todo, Carmen también se apellidaba Méndez, su padre era mi antiguo jefe. No lo sabía. Aunque era la mejor amiga de Rebeca, yo no sabía nada de su vida privada, Rebeca tampoco. Carmen sólo hablaba de su trabajo y de su vida personal, jamás de su familia. Ella me culpaba de la muerte de su padre, yo no lo había matado. Volví a mirar su cara. Aquella mujer que siempre me pareció un ejemplo de belleza, ahora me miraba iracunda empuñando una pistola, dispuesta a acabar con mi vida y la de mi familia con el movimiento de uno de sus dedos. Su mirada era intimidante, pero sus ojos reflejaban síntomas de que aquella mujer había descendido a la más profunda de las locuras, lo mejor de todo sería intentar tranquilizarla.
- Carmen, sabes que yo no he matado a tu padre -mientras decía eso, intenté hacer un gesto con las manos que inspirase confianza, pero ella me interrumpió-.
- ¡Cállate! ¡Cállate!
- Sabes que no fui yo...
- Debí acabar contigo hace mucho tiempo, tu acabaste con mi padre...
- Entonces, ¿eras tú quien me amenazaba?
- Sí... Cuando despidieron a mi padre por tu culpa, él decidió vengarse de ti. Su vida era su trabajo, pero tu vida era Rebeca. Tú le quitaste a él lo que más quería, y él te lo quitaría a ti. Pero la zorra de tu mujercita sobrevivió a ese accidente, qué suerte tuviste, Rebeca. La adorable y guapa Rebeca - dijo mientras me obligaba a colocarme de manera que pudiese ver a mi esposa de frente- la más deseada, la chica que se enamoró y que luego pasó de la que decía era su mejor amiga, ¡hasta que se casó y fue madre! Después, ¡yo dejé de existir para tí!
- Carmen, ¡eso es mentira! -dijo sollozando Rebeca-.
- Ya hablaremos luego tu y yo, rubia de mierda, ahora estoy hablando con tu maridito... Debí dejar que te colgases en el garaje, si aquel día te salvé fue porque tu amiguita Alba quería salvarte...
- Entonces ¿para que viniste?
- Muy sencillo... para acabar contigo, cuánto más fácil hubiera sido si esa entrometida muriese quemada en aquel coche... Pero no, Súper Juan tuvo que salir al rescate... claro... es la madrina de su hija, ¿por que no me lo pediste a mí, eh? Y las acciones del superhéroe no acaban ahí, antes también metió en la cárcel a un presunto maltratador y a otro que entró a robar en su casa...
- ¡Tu contrataste al ex novio de Laura! ¿Has sido tu, verdad?
- Claro, fui yo -dijo riendo histérica-, pero ese inútil metió la pata hasta el fondo, fue el último golpe que pudo dar mi padre, a los pocos días se murió, corroído por las ganas de verte muerto. Y tú, aún sigues vivo, debió pasarte por encima cuando te tiró de la moto.
- Así que tu padre le pagó a Borja para matarme, ¿y que pintas en todo esto? 
- Sí, mi padre lo hizo. Borja nos llamó un día, dijo que lo habían metido en la cárcel y que necesitaba un abogado, papá ya había muerto, y esa putilla de Laura también, a esa la maté yo... Cuando se fugó de la cárcel, yo le pagué todas las armas que necesitaba. Él me regaló esta pistola.
- A Laura ¿por qué?
- Esa puta estaba loca. Dijo que mi padre la acosaba sexualmente. Cuando me enteré de que estaba ayudándote, fui a por ella. Tenías que oírla cómo gritaba tu nombre cuando la encañoné, no eres un buen amigo... ¿Dónde estaba el superhéroe para ayudar a la chica guapa en apuros? No estaba, ¡qué pena! Algo típico de Juan, utilizar a alguien, y cuando obtiene lo que necesita, se olvida de esa persona.
- Tu la mataste... ¡Estás loca! ¡LOCA!
- Ella merecía morir, y fue más valiente que tu. Cuando le disparé, se quedó sonriendo, despues.. ¡Pum! un segundo tiro a la cabeza y ya está. ¡Así de fácil! Ahora es tu turno.
- No eres más que una loca amargada...
- Sí, estoy loca sí, pero por culpa tuya, ahora me voy a curar ¿sabes? En el momento en que te mate, volveré a ponerme bien, pero aún quiero hacerte sufrir un poco más.
Entonces ella se separó de mí, y se dirigió hacia donde estaban Rebeca y la pequeña Alba, fue caminando con paso lento.
- No, no, eso no... -dijo Rebeca-.
La niña seguía llorando, aquello me estaba matando por dentro, el llanto de mi hija y no poder hacer nada para tranquilizarla, me hacía hervir la sangre. Carmen cogió a la niña en brazos, Rebeca intentó detenerla, pero la apuntó con la pistola, no fue capaz de frenarla y Carmen le propinó una patada a Rebeca que hizo que cayese al suelo. 
- Si de verdad quieres a tu niña, quédate ahí, si haces todo lo que te digo, no le pasará nada...
Carmen dejó a la niña en la cuna, la arropó y empezó a tararear la nana de Brahms, pero la niña era incapaz de dormir. Ella empezó a hablar.
- ¿Sabes que eres una ricura? Sí, sí que lo eres, eres igualita que tu mamá, así que de mayor vas a ser una puta igual que ella. Y ellos no estarán aquí para cuidarte, no, porque los voy a matar, bueno, para que tu no sufras, tu también morirás hoy.
Esas palabras hicieron que me enervase, entonces empecé a hablarle.
- Yo no maté a tu padre, pero me alegro de que haya muerto, espero que ese cabrón haya pasado a mejor vida entre los peores sufrimientos que me pueda imaginar, hasta la tortura más cruel me parece poco para un desgraciado como él. Sí, menudo incompetente, la empresa lo despidió porque era un inútil. Siempre presumiendo, que si mi Mercedes esto, que si mi enorme casa lo otro... pero era un inútil baboso. Tener que abusar de la pobre Laura, cerdo asqueroso. Tu padre, sabes lo que era: un cobarde de tomo y lomo.
Carmen se puso roja de ira, se acercó a mí y me dio una bofetada.
- Vamos, es que no eres lo suficientemente valiente como para acabar lo que has empezado. Vaya, eres una fracasada, igual que tu padre.
Ella se quedó mirándome, seguía roja, mucho. Sus ojos demostraban que estaba llena de ira.
Entonces, agarré la mano en la que llevaba la pistola e hice que ésta apuntase a mi frente.
- Juan, ¡no! -gritó Rebeca-.
- Venga, ahora me tienes a tiro, yo destruí a tu padre. Yo te destruí a tí. Vamos, hazlo. Si tienes lo que hay que tener, dispara, ellas son inocentes, el culpable soy yo. Venga, ¡mátame de una vez!
-No Juan, no. Eso sería muy fácil, y no me gusta. Quiero que sufras tanto como sufrió mi padre, si te matase ahora, todo se habría acabado para ti, demasiado rápido. Así que... mejor será que veas como mueren tu mujer y tu hija.
Ella se giró con rapidez, primero apuntó a la cuna, Rebeca empezó a chillar de pánico, entonces apuntó a Rebeca, y disparó. El tiro lo falló, ahora Rebeca estaba en el suelo, aterrada, antes de que volviese a disparar, agarré a Carmen desde atrás, intentaba sacarle la pistola, pero ella se movía demasiado. Entonces, se giró y me disparó en el hombro izquierdo. En mi vida, jamás había sentido tanto dolor. Caí herido en el suelo, veía como la sangre teñía el blanco de mi camisa, sentía una sensación dentro de mí como si un fuego me quemase por dentro. Tenía mucha sed. Carmen vio como Rebeca gritaba, entonces empezó a jugar al "pito-pito" moviendo la pistola de la cuna hacia Rebeca y viceversa. Mientras estaba en el suelo, me dí cuenta de que mi navaja estaba en el bolsillo derecho del pantalón. El brazo izquierdo no podía moverlo, pero el derecho sí. Me levanté haciendo de tripas, corazón. Avancé lentamente hacia Carmen. Rebeca dibujó una mueca que hizo que Carmen dejase aquel macabro juego, estaba ya lo suficientemente cerca de ella como para poder clavarle la navaja. Carmen, movida por el gesto inconsciente de Rebeca, se giró y en ese momento, clavé mi navaja en su corazón, la saqué, y volví a clavársela, esta vez en el abdomen. 
Su mano se abrió y la pistola cayó al suelo, por su boca, empezó a brotar sangre, se echó las manos a la herida, pero era inútil, empezó a tambalearse y cayó de espaldas. Rebeca se puso de pie, alejó el arma del alcance de Carmen dándole una patada, y parecía acercarse a mí.
Me tenía en pie a duras penas, jadeaba, la adrenalina que me hizo poner en pie y disfrazar mi dolor estaba ahora dejándole paso, y la herida ahora me dolía de una manera más profunda. Miré a Rebeca, que tenía el teléfono en la mano, llamando a emergencias, y no pude más, llegó el colapso, caí.
Estaba en el suelo, mientras mi esposa explicaba lo ocurrido a Emergencias, con una mano trataba de taponar mi herida. Colgó y puso sus dos manos en ella, mientras tanto, nuestra hija no dejaba de llorar desconsolada, seguramente ya era consciente de que a su padre no le quedaba mucho tiempo de vida, estaba perdiendo mucha sangre.
- Juan, vas ponerte bien, ya lo verás cariño, la ambulancia está en camino -me dejo angustiada-.
- Pro... prométeme que vas a cuidar de la niña...
- No digas eso, te quiero, vienen ahora, aguanta un poco...
- Cuida de ella, no la veré crecer... os qui..quiero...
Entonces lo último que vi fue como mi sangre iba tiñendo el amarillo del oro de su alianza, sus gritos diciendo mi nombre y el llanto de mi hija, cada vez sonaban más y más lejanos, y una intensa sensación de desorientación y sueño se iban adueñando de mí. Lo último que noté, antes de que el telón se cerrase, fue la caída de una lágrima de mi esposa sobre mi mejilla.

Continuará...

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